1.
Bambini
Volaron conmigo, de Estambul a Beijing, un joven
matrimonio de italianos con sus niños. Primero me asombran lo parecidos que son
el papá y la mamá. El mismo pelo, la misma calidad de piel, la misma contextura
física, la misma mirada. Aunque la de ella, un poco más cansada. Luego no puedo
creer la cantidad de chiquilines. Mientras van subiendo al ómnibus que nos
llevará al avión los voy contando. Tres, cuatro... cinco, seis. No pueden ser
todos de ellos. Entonces me pongo a estudiarlos y son todos iguales.
Parece una película, una caricatura, un dibujo
animado. Algunos chinos los miran azorados. Hace 35 años que en China sólo hay
hijos únicos.
Luego miro la escala. ¿Cuánto tiene el mayor? ¿Ya
tiene siete? Quizás. Luego viene otro que se llevará 10 meses con el mayor y un
tercero, que a su vez se llevará 10 meses con el segundo. Luego una nenita (¡menos
mal una mujer!), de tres o dos, y al fin los dos bebés que van en cochecitos,
uno llevado por la mamá, el otro por el papá. También varones. No se portan muy
mal, pero no son muy quietitos, y los padres no les ahorran advertencias a los
gritos.
Me llenan de alegría. Me pregunto por la logística. ¡A
China! ¡Con los seis!
Una señora, también italiana, se pone la nena a upa.
Le muestra que en una jaula lleva un gato. Es una jaula con forma de bolso, no
se adivina que allí hubiera un gato. Pero los hermanos se han enterado y se
vuelven locos con el gato.
Todos quieren ir a verlo, quieren ir a espiar por los
agujeros del bolso, le piden a los padres, se codean entre ellos.
* * *
Buenos días.
Faltan minutos para las 6 de la mañana en Beijing. La gente mira el grado de
contaminación antes que la temperatura y el pronóstico
meteorológico. Como en Comodoro Rivadavia la gente mira, antes
que nada, la cotización del barril de petróleo. Uno incorpora como natural una
niebla permanente. Si pregunta "¿esto es smog?", rápidamente le responderán que no, y uno se queda con la impresión de que le
ocultan la verdad por vergüenza, porque son buenos anfitriones y se sentirían
en falta si debieran admitir un problema grave en su hospitalidad.
Pero quizás no sea smog. No me pica la nariz, ni
siento esa cosa horrible que se siente cuando pasa un camión o un colectivo
quemando fuel oil.
O quizás no lo siento porque estoy recién llegado y
boleado por el cansancio y el viaje.
El chino del lavadero de a la vuelta de casa en Buenos
Aires, me dice que se quieres quedar en Argentina. Su esposa, paraguaya,
escucha la conversación e interviene. Lo instiga a que se vayan todos a China,
que allá hay progreso (lamento haber tocado un nervio familiar) y él le dice
que no sabe nada, que en Buenos Aires el aire es más
limpio.
* * *
3.
Paradoja
China es una mezcla mágica de Imperio que llega al
presente galopando desde las tierras del Futuro y tercermundismo puro, tipo
Soweto, Potosí o La Matanza.
* * *
4.
Trasnochado
A la gente le encanta decir jetlag. Pues no es otra
cosa que una alteración del sueño.
Una trasnochada, en criollo.
Viniendo del frío que hemos tenido este invierno en
Buenos Aires a este calor medio bruto, la mente flota como cociéndose al vapor.
Uno se alegra cuando descubre que le ha salido un pensamiento. Ayer decíamos
con Maximiliano Papandrea, compañero estos días, que todo lo que se hace con
China es sembrar, con mucho trabajo, semillas que no sabés
qué darán, ni cuándo.
* * *
5.
No traicionar su animal totémico
Nos pusieron unas chinitas de asistentes. Estoy
tentado de decirle a una de ellas que para qué se
operó los ojos. Que mucho mejor le hubiera quedado extremarlos rasgados,
extremar su extremidad.
Uno debe ser lo mejor que puede DE LO QUE ES, pero
nunca tratar de ser lo que no es.
En todo caso, debe tratar de ser lo que no es aún,
pero puede llegar a ser.
Nunca lo que no está dentro suyo.
Eso es no traicionar su animal totémico.
Y cuando tiene un amigo, una amiga, si lo quiere de
verdad, terminará gustándole muchísimo, enamorándose, de sus cosas que no le
gustan, o le pican, e incluso lo lastiman, si esas cosas son las cosas
auténticas que definen al amigo. O la esposa, o el hijo o quien sea.
* * *
6.
A las 3.14
Cuando se viene a China pasa esto: un desvelo
formidable a las 3.14 todos los días.
Uno se despierta tan abiertamente, todas las ventanas
dan al mundo tan diáfano, a la vigilia tan pura como una fresca tarde de
primavera en la montaña, entre los pinos que exudan aroma, el agua donde saltan
las truchas heladas y las mariposas amarillas revolotean vivaces.
Despertarse como uno hubiera querido despertarse aquel
día en que miró el celular, eran las 9.25 y tenía que estar a las 8 en el médico, o la mañana en que llegó tarde al examen o a la
entrevista de trabajo.
* * *
7. Discurso
Desde que llegué escucho,
uno detrás del otro, todos discursos iguales, que hablan maravillas de la
difusión de la literatura china en el mundo.
La verdad, yo estaba podrido. Pero temía que estuviera
ignorando una ley que dictaba que si alguien decía otra cosa, le cortaban los
dedos o algo así, de modo que me dispuse a hablar maravillas de la difusión de
la literatura china en el mundo.
Gracias a Dios un búlgaro mala onda y luego una
filipina de peor onda, me antecedieron cantándole a todos las 40 y diciéndoles
que a ellos no les había llegado nada.
Envalentonado, les conté que
en Argentina son contadas con una mano las personas que trabajan en mostrar la
literatura china. Nombré a Petrecca, Gándara, Pose, Sartori y les dije que ninguno se ha
comprado un yate con la ayuda que les da el gobierno chino.
Y les pedí
que en lugar de mandarnos carretillas de libros traducidos por profesores de
español cuyo contacto con Argentina era haber visto un partido de Maradona en
la época del Napoli, podrían preguntarnos qué nos
gustaba.
Luego les propuse que trajeran a China a los de la lista,
que mandaran traductores a hacer residencias a Argentina y muchas gracias.
Me aplaudió el búlgaro.
Tres aplausos. La filipina se había ido al baño.
* * *
8.
Debate encendido en la Enerprise
Están
dando el premio para el que me candidatearon, Special Book Award of China.
Aunque estoy haciendo un poco de puchero, sabía que no tenía chances de ganar.
En este momento, me consuela ver que los ganadores están años luz delante de
mí.
Luego de los discursos formales, espontáneamente,
asombrosamente fuera de la imposible ceremoniosidad y pomposidad imperial,
algunos premiados han armado una polémica. No lo ha hecho el neozelandés, que
parecía el más encendido, sino el surcoreano. De repente, discuten un turco,
una georgiana, un egipcio, un nigeriano, ahora se metió al fin el viejo
neozelandés.
Todos alrededor de la misma mesa, sin permitir que los
chinos organizadores metan bocado, pero todos hablando en chino, cada uno con
su acento, pero todos apasionados.
* * *
9.
Otra vez son las 3.14
Lo estúpido que es desvelarse a las 3.14, como si
fuera una hora significativa en Buenos Aires.
¿Qué, todos los días amanezco a las 17.13?
¿Empieza la novela?
¿Salgo de la fábrica?
No debe haber hora más boba.
* * *
10.
Exótico Made in China
Resulta que ando por ahí para comprarle un regalito a
un amor que tengo en Villa Bosch. Pero todas las cosas chinas que veía ya las
venden en el Barrio Chino de Belgrano. Y todas las cosas que no tienen aspecto
de chinas ya las venden en todas partes. Eso de venir a China a conseguir
productos exóticos creo que es de la época preMarco Polo.
* * *
11. Los
silencios de la traducción
En uno de sus cursos de literatura china Lelia, Ángeles, Rubén y Flor nos mostraron un poema que nos dejó a los
estudiantes azorados.
Ante todo porque era hermoso como el color de la luna.
Luego, porque nos demostraron las posibilidades
inabarcables de la traducción al presentarnos 21 versiones (tres eran de Octavo
Paz), todas de ese solo poema.
Entre otras cosas, habilitaba tantas traducciones el
que el poema podía carecer de sujeto y no conjugaba los tiempos verbales.
Entendimos que el verdadero desafío de la traducción del chino al español no era sólo descubrir la palabra equivalente a
"añoro", sino decir sin especificar el sujeto y sin conjugar los
verbos.
* * *
12.
Los flujos del tiempo
Hace un rato subí
adonde estoy ahora en un ascensor cuyas tres paredes eran una pantalla. Se
proyectaba un corto que promocionaba un destino turístico de mar y playas,
mostrando una familia feliz , todos vestidos como si fuera en los años 50, con
las caras de felices plenos.
Era una cosa tan fuera de tiempo como lo era un
ascensor pantalla.
Creo que hay aspectos de las sociedades que corren por
diferentes líneas de tiempo.
* * *
13.
¿Ya has comido?
Entre los delegados hay un egipcio, muy negro, muy
petisito, con unas manos regordetas como generosas facturas de chancho, y
extremadamente simpático.
Se dudaría de la sinceridad de su simpatía, pero
repite una y otra vez un papelón que lo deja muy a salvo.
En un curso de chino que tomó desde dos semanas antes
del viaje, una profesora muy crítica cultural le explicó que el saludo "ni
hao ma?" (¿estás bien?) sólo tiene entidad en la relación con los
occidentales, que cuando dos chinos se encuentran, se preguntan "¿ya comiste?" ("ni chi fan le ma?")
El egipcio estaba encantado con la revelación, y
sacaba todo de tipo de conclusiones, del tipo "la amistad los chinos la
sienten como nutrición" o "el bienestar se identifica no con la
salud, o con el ánimo, sino con la comida", etcétera.
En consecuencia, cada vez que saluda a alguien, le
pregunta si ya comió. Al botones del hotel, al colectivero, a una señora en un
ascensor que iba con su nieta. Como muchos se ríen, él se siente la mar de
bien. Muchos le contestan largas respuestas, y le preguntan cosas, ante lo cual
él (no tiene otra solución) vuelve a preguntar "ni chi fan le ma?"
-lo que provoca nuevos comentarios, y así.
Cuando tuvimos la ceremonia de apertura, de
inconmensurable alto protocolo, con un ministro, militares, embajadores,
secretarios de Estado y todo tipo de funcionarios, fue uno por uno
preguntándole a los ojos"¿ya comiste?", "ni chi fan le ma?"
No hablará mucho chino, pero no creo que olvide esas
cinco palabras, la pasa bárbaro y el resto de su vida contará cómo dejó
impresionados a todos los chinos con su astucia.
* * *
Cuando era niño, una mañana me despertó alguien con
una dulzura infinita. Tenía la voz de mi mamá, pero no era mi mamá, porque abrí
los ojos y estaba solo en la habitación, y dos segundos después se abrió la
puerta y entonces sí entró mi mamá de la realidad.
Le dije que me había despertado un ángel, me miró un
instante, sonrió y dijo:
Qué lindo.
China me regaló un ángel. Tiene la voz grave y amenaza
tronar, y es gigante y macizo como un luchador turco, pero tiene unos ojos
insoportablemente hermosos. No se los puede mirar. Tienen un brillo que
acabarían con lo que uno es, animal hecho del puro fango del pecado, si uno
intentará mirar dentro de ellos.
El año pasado Camilo vino a buscarme a Zhuhai cuando
di mi primer paso en la tierra de mi padre. Yo iba solo, sin dinero, sin saber
y sin idioma, y él me alojó en su casa sin saber quién era yo, me acompañó por
las montañas de ensueño del sur y luego sobrevoló mi larga vuelta de 50 días
por el país. Cada vez lo que necesité, allí estaba.
Mi mamá murió dos meses después. Yo creo que desde el
futuro en que estaría muerta, mandó a Camilo a despertarme.
La comprobación de que Camilo es mi Ángel de la Guardia es que se ha mudado a Beijing una semana antes de que yo regresara. Nada más imprevisto que mi regreso, pero aquí estaba Camilo, con sus hombros peludos, su vozarrón de ultratumba y sus ojos divinos.
Devorado por la rutina, ingratamente sólo fui a verlo
el último día de mi visita. Fui acompañado de dos amigos y Camilo me esperaba
con su amor chino de estos días, Michael.
Michael nos deslumbró a todos en un instante. Por
alguna extraña razón, a mí se me había ocurrido ir a Liulichang, una calle que
fue célebre y ahora el turismo la ha descartado de su circuito, pero es un
increíble yacimiento de arte y antigüedades, y casualmente Michael es un
experto en arte y antigüedades. No sólo nos envolvió en relatos que
transformaron Liulichang en una nube fantástica, sino que nos invitó una cena
prodigiosa, en la que una fila de sirvientes hacía cola para ofrecernos
ingredientes exóticos para que echáramos al huoguó (caldero caliente): hongos
azules, papas perfumadas, morcilla de ganso, pétalos de flores con la forma de
lengua de iguana, pene de ciervo, un tofu que llevaba diez años de elaboración.
Allí continuó con los relatos con que había empezado a
hipnotizarnos en Liulichang. Nos llevó a través de los territorios de la vasta
China, contándonos de las marionetas del teatro de sombras y del mercado donde
aún se pueden comprar jirafas y leones. Luego nos hizo recorrer las cuevas de
los siglos, relatándonos sus aventuras como cazador de piezas de arte
antiquísimas. Fuimos al Tíbet, atravesamos el Himalaya hasta Pakistán, luego aparecimos
en Sichuan. En su impecable inglés de
clase alta, descubrimos máscaras doradas de dos metros de alto y Budas de hace
20 siglos, de purísimos rasgos del clacisismo griego ("un Buda
Apolo", nos dijo).
Mis amigos estaban perfectamente encantados. Me agradecieron
una y otra vez en el camino de regreso.
"Yo estoy seguro de esta fue una de las Mil y una
Noches", dijo uno de ellos.
* * *
15.
Un pájaro en un hutong
En un pasillo perdido de un hutong, perdido yo en el
laberinto infinito de un hutong, me veo frente a un pájaro negro que habla en
perfecto chino.
Años de clase he perdido en el intento de pronunciar
los tonos del idioma chino y esta ser sin alma y sin cerebro es capaz de
hacerlo sin el menor esfuerzo.
Está dentro de una jaula puramente china, un portento
que no se ve en otro lugar.
Tiene un bebedero hecho para una jaula, de porcelana,
que lleva pintado un dibujo increíblemente sutil y flotando en el blanco en que
flotan las imágenes de la China de la Eternidad clásica.
Yo volvería a China sólo para escribir la historia de
las cosas que hacen que China sea China y que China no
exporta.