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jueves, 22 de septiembre de 2022

Una anécdota chiquitita chiquitita de fútbol en China

Entusiastas, fuimos al parque a jugar a la pelota.

La pelota nos la prestó un chico argentino que la compró acá. Le llevó de Hong Kong. Una pelota hongkonesa, perfectamente reglamentaria, y además hermosa —es hermosa la pelota cuando estás en otro país, como cuando canta Gardel.

Pero el chico no pudo venir. Fuimos el chileno que le hace la vida más fácil a todos los demás, el venezolano que le gusta el fútbol porque su hijo juega el fútbol, el otro venezolano, que no podía jugar porque tiene un problema en la pierna y parece tener la virtud de convertirnos en una barra, el cubano fanático del béisbol, pero que quería jugar por su corazón internacionalista, la nicaragüense llena de amor, el uruguayo que calladito, a los dos días de llegar se movía en Beijing como un pez en el agua y yo.

Entramos al Parque del Sol muy felices, porque íbamos a jugar, porque teníamos amigos sustitutos, lejos de nuestros amigos, y por estar con otros latinos, entre tantos chinos.

Anduvimos un rato, encontramos el lugar adecuado, tocamos un rato la pelota y al final marcamos dos arcos con cualquier cosa, e hicimos un picado.

En el rato que practicamos, como se hace siempre para entrar en calor, cuando pasaba un chino le pasábamos la pelota. Uno se alegró, nos miró a todos y nos devolvió con el pie. Todos los otros la dejaron pasar y algunos la esquivaron como si la pelota los fuera a ensuciar. Dos o tres veces la pelota se dirigió hacia alguna mujer, e invariablemente se atajaban o se apartaban rápidamente, muy asustadas. Algunas parecieron enojadas.

En fin, jugamos un rato, el uruguayo con aplomo, el cubano como gran beisbolista, el chileno entusiasta, todos muy divertidos.

Hasta que llegó un guardia de seguridad.

No llegó con mala actitud ni autoritarismo, pero con firmeza nos dijo que no podíamos jugar con la pelota. Le preguntamos, como pudimos, si había otro lugar del parque al que podíamos ir a jugar y nos dijo que no y nos señaló una y otra vez la pelota.

Como que la pelota era culpable de algo. Un delito en sí misma.

A todos se nos cayeron los brazos y se nos alargó la cara, y nos volvimos, vencidos, desalentados.

Alguien comentó:.

— Imagínate que éramos niños chinos.

— Cómo se sentirían los niños.

— Sentirían que el fútbol está prohibido.

— Y sentirían que la pelota es algo peligroso.

— Algo malo, pues.

— Imagínate. Algo malo, el amor de Maradona.

— De Maradona, de Neymar, de Messi.

— De Zidan. 

— De Pelé.

— De Obdulio Varela.

— No es gran incentivo al fútbol del futuro.

— Es que ellos no lo incentivan: lo ordenan.

— Eso con el fútbol no va.

— Imagínate. ¿Tú crees que Maradona jugaba al fútbol porque le dieron la orden?

— ¡Qué va! ¡Al contrario! El fútbol se juega contra la autoridad.

— No extraña que no consigan 11 jugadores en 1400 millones de personas.

— Y ahora, ¿dónde vamos a jugar?

Nadie sabía.


lunes, 19 de septiembre de 2022

Entre el pragmatismo y la ocurrencia

No puedo asegurar que la historia con la que arrancaré esta nota sea verdad, porque me la contó mi madre, que siempre exageraba para hacerme quedar como encantador, y ahora está muerta.

Contaba mi querida madre que falté varios días al jardín de infantes porque no quería levantarme a la mañana, y cuando la maestra me preguntó por qué no había ido,“le explicaste que tu papá era chino y que te llevó a pescar. Le dijiste a la maestra que para los chinos es mejor enseñarle a los niños a pescar que llevarlos al jardín de infantes. La maestra se lo creyó, me lo dijo a mí, y cuando yo le conté a tu padre, él te quería matar”.

Eso sucedió, si sucedió realmente, hace 55 años. El año pasado le pregunté a mi padre por una de sus empleadas.

— ¿Cómo está con el tema de su marido?

— ¿Qué? ¿Por qué el marido? ¿Qué pasa con el marido?

— El año pasado me dijiste  que lo metieron preso, que ella quedó a cargo de los dos chicos sola.

— ¡¿Qué?!... ¡¡¡Qué!!! —me gritó—  ¡¡¡¿¿¿De dónde sacaste eso???!!

— Me contaste vos.

— ¿¿Yo?? ¿¿Cuándo te conté eso?? ¡¡No es verdad!! ¡Ella vive con su marido, son un matrimonio normal! ¿Cómo…? ¿De dónde sacaste que está preso? 

Yo me quedé en silencio, deseando que me tragara la tierra, porque mi padre estaba colorado e hinchado de la furia.

Se quedó mirándome fijo con una mirada de asesino.

Al final dijo:

— No le habrás dicho nada a ella, ¡¿no?!

Le juré y perjuré que no. Se lo creyó un poco, pero todo el día se quedó con la indignación de que yo soy un mentiroso desatado, y de que, completamente impune, soy peligroso. 

La verdad es que en el fondo creo que mi compromiso es con las historias, antes que con la realidad.

(Por las dudas, no intentaré explicarle esa disquisición ética a mi padre).


La brecha que hay entre mi padre y yo, él del lado de la realidad y yo del lado de la fantasía, no sólo se explica por las épocas a las que pertenecemos y a las diferencias de carácter, sino a que él es chino y yo soy latino.

Existe la idea de que los chinos conservan el pasado y los latinos lo dejamos atrás fácilmente. China tiene como 5000 años de historia y nuestros países apenas 200.

Cuando los latinos nos enfrentamos a un problema, olvidamos que lo tuvimos antes e inventamos una nueva solución.

Inventamos algo nuevo porque olvidamos, pero también porque somos profusos, exuberantes, pródigos, nuestra intensidad se juega en el presente y nos entregamos a la vida de modo desbordado.

Así, cada vez que se presenta el mismo problema, inventamos una nueva solución.

No todas las innovaciones proceden de la misma forma.

No estoy tratando de plantear una dicotomía latinos-innovadores, chinos-conservadores. Los chinos son tan conservadores como innovadores. Ante un nuevo problema, inventan la solución adecuada, que suele ser singular. Esto es lo que quería decir Deng Xiaoping cuando explicaba que se avanza por un río sintiendo con el pie las piedras. Pero en su extremo pragmatismo, jamás van a inventar una solución para un problema que ya resolvieron con una solución, o sea, que ya saben resolver. Inventar una solución alternativa les parece ridículo, un desperdicio de energía y de tiempo completamente inaceptable.

El procedimiento chino de innovación es el de la pintura clásica. Se toma un cuadro que pintó alguien, un cuadro exquisito, y se lo copia. Se lo copia y vuelve a copiar una y otra vez. Cien veces, mil veces. Siempre la misma solución —que fue tomada de otro. En el proceso de repetición es cuando aparecen sutilmente, inadvertidamente, los rasgos personales. Acumulados en el desarrollo sinfín, se transforman en una innovación.

Es un proceso que no tiene nada que ver con nuestra ocurrencia latina, con la destreza superlativa de atar con alambre cualquier cosa para que siga funcionando. 

A mí me encanta identificar los componentes de los signos chinos y comprender que el significado del signo es resultado de la combinación de los componentes (“gallo”, por ejemplo, combina “ave” con “mano”. ¿Eso quiere decir que el gallo es un ave con manos? No. Pero el gallo sí es el ave que se tiene a mano. Todas las demás aves no se pueden agarrar, pero se va hasta el gallinero y se atrapa al gallo para comérselo, y se lo atrapa con una mano del cogote. Entonces es “ave que se manotea”). Pero cuando les cuento a los chinos mis elucubraciones, se enojan, casi tanto con mi padre con la cuestión del marido de la empleada (el pobre tipo que les conté que está preso.

— ¡No inventes!

— ¡Para qué inventas?

— ¡Tienes que aprender, no andar teniendo ideas!

Me reprueban los chinos todos, no sólo mi padre.

No les gusta para nada la imprudencia latina, su excentricidad, su salirse del camino, su  malgastar lo que se tiene, que se considera siempre y todo indispensable.

Los latinos, en cambio, nos movemos como un pez en el agua del derroche, la demasía. Derramamos mares de sangre, nos dejamos desbordar por los sentimientos, comemos hasta reventar, bailamos como si no tuviéramos problemas, nos morimos de hambre en territorios que podrían alimentar cien veces más personas que las que somos.

Pareciera que estoy dándole la razón a los chinos con su economía y condenando a los latinos, un poco tropicalizados, por su barbaridad.

No es el mensaje que quiero dejar.. Está muy bien el modo pragmático chino. Es su modo. Pero no debería condenar el modo latino, que también está muy bien, porque está bien su creatividad, su frescura, dramatismo y sobrevitalidad. Se nos mueren muchos de hambre, pero después de todo, para qué son tan pragmáticos los chinos sino para obtener como resultado disfrutar, que es lo que los latinos hacemos directamente.




lunes, 12 de septiembre de 2022

Noche junto al río Liangma

Anoche celebramos la Fiesta de la Luna junto al río Liangma.

Liangma significa “caballo brillante”. Quizás veríamos la Luna reflejada en sus aguas negras. 


La Fiesta de la Luna es la segunda celebración más importante del calendario tradicional chino y todas las familias se reúnen, casi como nosotros en Navidad. 

Se han perdido las ceremonias de mirar todos juntos a la Luna en el cielo, llevando a cabo una liturgia de protocolo preciso, pero aún se tiene a la Luna en la cabeza, y cada uno mira el cielo cada tanto para encontrarla, y si la Luna aparece muy grande,muy brillante, o muy hermosa, enseguida se comenta con los demás.

Se está pendiente de la Luna, como si fuera la madre perdida que uno pudiera ver.

Como la gente de todas partes los chinos, cuando celebran, celebran en familia. Claro que todo lo chino tiene sus peculiaridades. La familia china es muy pegoteada, uno no se suelta así nomás, todos son responsables de los demás, la voluntad de cada quien nunca puede hacerse si está en contra de la voluntad de los demás y de las costumbres, y los viejos son obedecidos y no se los respeta menos porque sean tiranos, y en el fondo tampoco se los quiere menos.

Eso, dentro de cada familia. Luego, el modo pasa a toda la sociedad. Los chinos sienten que todos los chinos son una familia. Se tratan entre sí como parientes.

Nosotros con nuestra LIBERTAD, con nuestros DERECHOS individuales, nuestro ESPACIO PERSONAL, con nuestra idea de que cada uno es un privilegiado contra los demás, para nosotros esa forma de los chinos de sentir a los demás como un familiar, ni siquiera la vemos. No es que la rechazamos: ni la vemos 


Cuestión que anoche nos juntamos amigos de España, Cuba, Argentina.

Cada uno tenía la familia muy lejos, en lugares donde era de mañana o de tarde.

Estábamos al lado del río a oscuras, en una pérgola rodeada de sauces llorones, esos que tienen las ramas tristes que caen hacia el agua como si en el agua encontraran consuelo.

Pablo y yo éramos los únicos que no vivíamos en China. Algunos eran periodistas, otras profesoras de español, escritores.

Una chica se emocionó cuando vio a Pablo, porque Pablo es un influencer que viene contando nuestro viaje a China en redes sociales y ella lo viene siguiendo.

Había un chico que era medio argelino, a quién abracé para darle las gracias por Zidane.Eso provoca Zidane, que alguien sea la persona que mejor me cae en una reunión.

Cuando llegamos con Pablo, ya se había tomado ,y luego seguimos tomando bastante más.

El que había convocado era Guille, que es una de esas personas que no se pone en el centro, pero siempre arma familia.

La Luna no se veía, estaba muy nublado, solo apareció un instante y le saqué una mala foto.

Había una chica argentina que irradiaba una energía muy limpia y ponía a todos de buen humor. En la oscuridad, su novio me contó que querían volver a Argentina.

Hablábamos de a dos, de a tres, de las cosas de cada uno y de China. Por más que uno viva en China muchos años, habla de China, porque siempre es necesario entender.

Un chico de España se puso a tocar un cajón peruano y el de Zidane sacó una guitarra. Pensé que se armaría una noche de fogón de esas en las que se cantan todas las canciones, pero no salían muchos temas musicales que supiéramos todos.

No fue un fogón. La argentina cantaba muy lindo, pero Zidane no conocía los temas que ella le pedía, y así se fue medio disolviendo la intención de estar unidos en la música.

Como el del cajón y Zidane ensayaron algo que tenía un aire flamenco, yo arranqué con el tango “Volver” en tono andaluz, que me parece que escuché en una película, y los demás se sumaron mientras se reían de mí, porque canto muy mal e hice un poco el ridículo. Luego sí cantó una canción flamenca una chica española. No me había fijado en ella, pero cuando la escuché cantar, me enamoró instantáneamente. Quise que no terminara nunca de cantar y quise irme a Andalucía y escucharla cantar allí el resto de mi vida.

Pero terminó y entonces fui hasta el agua, a ver si estaba la Luna reflejada. Tampoco.

Pensé en la señora Zhou, que hace nueve años está encerrada en un hospital psiquiátrico de Buenos Aires porque allí la abandonó su familia. Me pregunté si ella recordaría que hoy es el Día de la Luna, si acaso se acercaría a una de las ventanas enrejadas de su habitación, que comparte con otras doce mujeres, para encontrar la Luna.


Luego volví a los chicos, que seguían intentando cantar alguna canción al lado del río Liangma.




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miércoles, 7 de septiembre de 2022

El espacio memorial de Nanjing sigue buscando la paz


En este septiembre se cumplirán 91 años del comienzo de la inversión de Japón a China. El caso más flagrante de las atrocidades cometidas por el ejército japonés fue el de la masacre de Nanjing en 1937. 

Visité el Memorial de las Víctimas en esa ciudad de China.


El enorme espacio para recordar la masacre y no olvidar los sucesos y las víctimas inaugurado en 2014 está diseñado con el cuidado necesario para evitar cualquier sensacionalismo. Las dimensiones no tienen límites, la arquitectura es de una perfección que la dota de la sobriedad más digna.

Aunque algunas fotos quiebran en el interior de quien visita el memorial, perturban para siempre una inocencia que se ha querido preservar, el lugar no es un puro show del horror y la destrucción.

Es un mausoleo. El respeto no pretende ser modesto, sino que es gigante, de un tamaño descomunal que expresa la magnitud del sufrimiento.

No se siente un horror revulsivo, pero el dolor es aplastante.

Y es demoledor porque se está ante la verdad de lo que pasó y sigue pasando.

“Japón nunca pidió disculpas“, dijo la guía al final del recorrido. “Hablan de ‘incidente’, lo consideran un ‘episodio de la guerra’”.

Pero el demonio que a veces encarna en los humanos, se incubó en los militares japoneses para desatar una carnicería de asesinatos de soldados desarmados, familias, violaciones y robos que hace pensar que tal vez hubiera sido mejor que los humanos no hubieran existido jamás.





El dolor es opresivo porque los muertos no acaban. A cada paso hay más y más y más. 

Hay un retrato de dos soldados japoneses que competían en la cantidad de personas que mataban con un sable.

Están expuestas excavaciones recientes que revelan esqueletos de ancianos y niños.

Luego hay otras excavaciones en la que cada conjunto de huesos tiene un número. Pero uno no quiere saber de números. Ha leído 300.000 al entrar al museo y ya no quiere leer más números.

Hay un salón enorme con fotos de caras. Miles y miles. De rostros de los muertos de aquel momento, rostros de los que sobrevivieron y nunca salieron del infierno, rostros de quienes aún viven.

Están las fotos de las paredes, los nombres en piedras en un muro que no acaba, hay infinitas luces en la oscuridad, en una pantalla flotan en el espacio negro los caracteres chinos de los nombres de los muertos.

Se lee 300.000 afuera y adentro se termina de sentir lo que se temía antes de entrar: que son 300.000 muertos nuestros.

No son nuestros porque pertenezcan al mismo bando que nosotros. También son nuestros los muertos de Hiroshima y los de las Torres Gemelas, y los de Auschwitz, los palestinos, los del Congo, los del Estadio Nacional de Chile, los de la dictadura militar de la oligarquía argentina.


Un año después de que fuera inaugurado el memorial, la UNESCO incorporó los “Archivos de la Masacre de Nanjing” a la “Memoria del Registro del Mundo”.


Son muertos nuestros porque fueron personas. Son los que andan por la calle, son nuestros compañeros de trabajo, son nuestras hermanas y nuestra esposa, nuestro padre, nuestros amigos de toda la vida. Son nuestros hijos.


Un panel está dedicado a una sobreviviente viejita hoy, que pide recordar la historia sin odio.

Los japoneses, asesinos allí, le han enseñado a las nuevas generaciones que no deben odiar a los norteamericanos por Hiroshima y Nagasaki, porque “el culpable fue la guerra”.

En el predio de la capital de Jiangsu se suceden la “Exhibición de la Masacre de Nanjing” y “Las esclavas sexuales en la Segunda Guerra Mundial”, pero también los espacios que se llaman “La Justicia y el Pueblo prevalecen” y “Hechos históricos de la victoria de los antifascistas en el teatro de operaciones de China y el juicio a los criminales de guerra japoneses”.

El museo informa que integra un millar de fotos, unas diez mil reliquias y más de 260 videos para exhibir “la violencia, la resistencia, la victoria, el juicio y la paz”.

Algo hay que hacer con ese dolor.

El Parque de la Memoria de Buenos Aires presenta el padecimiento incurable en los murallones insoportablemente interminables que tienen grabados en piedra los nombres de 30.000 secuestrados, torturados y asesinados, en un campo de un verde pacífico, bajo el cielo enorme y junto al río que todo se lleva.





Algo hay que hacer con ese dolor.

No hay que escapar, pero algo hay que hacer. No se puede escapar, pero tampoco pareciera que se aprende.

Hay nietos de asesinados en los campos de concentración nazi que bombardean con saña las casas de las familias palestinas.

Quizás no haya superación posible.

Quizás vuelva una y otra vez el demonio a encarnar en unas personas, en los nuestros también, para cometer atrocidades.

Ahí está el hambre en América Latina, en África; ahí está Siria, Ucrania, la sombra de la destrucción sobrevolando el Indo-Pacífico, rondando otra vez a China.

En el museo de la memoria de Nanjing el cónsul argentino en Shanghai, Luciano Tanto Clement, fue invitado a escribir unas palabras en un gran libro. Escribió en español: “Memoria. Verdad. Justicia”.

Él conoce esto, conoce otros museos del holocausto, padeció el genocidio en Argentina. Quiere la paz.

La gente quiere la paz. Los ocho millones de personas que visitan el museo cada año buscará la paz. También el ángel encarna en el humano.

Pero aquellos niños muertos, aquel terreno del museo que es un campo de piedras, sólo piedras, que dice que ese es nuestro destino, los escombros de nosotros mismos, la pura esterilidad, la destrucción de la vida hasta la nada, puede hacernos desear que los humanos jamás hayamos existido.


lunes, 5 de septiembre de 2022

Varón, molécula y pizza

No puedo comparar cuánto me gustan algunos hombres con cuánto me gustan casi todas las mujeres.

Por represión o por cuestión de gusto –me gusta el melón más que la banana, el café con leche con medialunas más que el té con tostadas, la pizza más que el locro —muchas mujeres me agitan las moléculas y me pongo a temblar, y en cambio eso no me pasa con los varones.

Pero tengo en mi casa un placar, tosco, robusto, noble, hermoso que guarda en su interior a un putín al que algunos varones lo hacen sonreír y se pone medio loquita.

Ese mozalbete es el que entendió la explicación del Ángel Gigante Camilo sobre la masculinidad China.

Camilo me contó que al llegar a China los hombres chinos no le atraían, “porque me gustaban lo que para nosotros son los hombres de verdad: musculosos, peludos, rudos, machos, que arremeten. Los que concebimos en América Latina como varonil. En cambio, los varones chinos me parecían más andróginos, de cuerpos gráciles, leves, de movimiento fluidos, de carácter mesurado, sin la necesidad de imponerse. Sin embargo, con el tiempo los empecé a percibir de un modo diferente. Aunque no parecían forzudos, no eran menos firmes. No tenían menos coraje por no tratar de ganar todas las peleas. No necesitaban armar un conflicto para ganarlo y demostrar que eran más fuertes. En sus cuerpos más delicados fui encontrando, más sutil y determinada, la cosa varonil. Eran varones. No menos varones. Me cambiaron la idea de qué es un varón”.


Camilo me tiraba en China una clave atrás de la otra.

¿Por qué hacía eso?

Porque estábamos en el camino de comprender a los cientos de millones de personas que nos rodeaban: los chinos.


Para una pregunta puede haber una respuesta.

Una respuesta resuelve muchas preguntas, es una clave.

Una clave es una llave que abre muchas puertas.

Permite comprender muchas cosas (y en China, naturalmente, hay muchísimas cosas para comprender; la realidad entera es algo que debe ser comprendido).


Claro que una de las claves es la clave misma.

Esto que estoy escribiendo.

Debería haber claves que respondan preguntas que vayan más allá de los chinos.

Claves que respondan asuntos de los asiáticos.

Y claves que respondan asuntos de los humanos.


Quizás cada palabra es una clave.

Las palabras “varón”, “molécula”, “pizza” son claves.

Designan cosas, pero no sólo.

“Pizza” es mucho más que “pan con tomate y queso horneado”. Es la canción “Pizza conmigo”, es la pizzería donde comía Ringo Bonavena, es el día que mi hijo amasó y cocinó pizza por primera vez, etc.

La palabra “pizza” para mí en este momento es una clave para comprender una porción del mundo.

Así es como quizás se pueda llegar a amar a todas las palabras que inventan los animales humanos.