Entusiastas, fuimos al parque a jugar a la pelota.
La pelota nos la prestó un chico argentino que la compró acá. Le llevó de Hong Kong. Una pelota hongkonesa, perfectamente reglamentaria, y además hermosa —es hermosa la pelota cuando estás en otro país, como cuando canta Gardel.
Pero el chico no pudo venir. Fuimos el chileno que le hace la vida más fácil a todos los demás, el venezolano que le gusta el fútbol porque su hijo juega el fútbol, el otro venezolano, que no podía jugar porque tiene un problema en la pierna y parece tener la virtud de convertirnos en una barra, el cubano fanático del béisbol, pero que quería jugar por su corazón internacionalista, la nicaragüense llena de amor, el uruguayo que calladito, a los dos días de llegar se movía en Beijing como un pez en el agua y yo.
Entramos al Parque del Sol muy felices, porque íbamos a jugar, porque teníamos amigos sustitutos, lejos de nuestros amigos, y por estar con otros latinos, entre tantos chinos.
Anduvimos un rato, encontramos el lugar adecuado, tocamos un rato la pelota y al final marcamos dos arcos con cualquier cosa, e hicimos un picado.
En el rato que practicamos, como se hace siempre para entrar en calor, cuando pasaba un chino le pasábamos la pelota. Uno se alegró, nos miró a todos y nos devolvió con el pie. Todos los otros la dejaron pasar y algunos la esquivaron como si la pelota los fuera a ensuciar. Dos o tres veces la pelota se dirigió hacia alguna mujer, e invariablemente se atajaban o se apartaban rápidamente, muy asustadas. Algunas parecieron enojadas.
En fin, jugamos un rato, el uruguayo con aplomo, el cubano como gran beisbolista, el chileno entusiasta, todos muy divertidos.
Hasta que llegó un guardia de seguridad.
No llegó con mala actitud ni autoritarismo, pero con firmeza nos dijo que no podíamos jugar con la pelota. Le preguntamos, como pudimos, si había otro lugar del parque al que podíamos ir a jugar y nos dijo que no y nos señaló una y otra vez la pelota.
Como que la pelota era culpable de algo. Un delito en sí misma.
A todos se nos cayeron los brazos y se nos alargó la cara, y nos volvimos, vencidos, desalentados.
Alguien comentó:.
— Imagínate que éramos niños chinos.
— Cómo se sentirían los niños.
— Sentirían que el fútbol está prohibido.
— Y sentirían que la pelota es algo peligroso.
— Algo malo, pues.
— Imagínate. Algo malo, el amor de Maradona.
— De Maradona, de Neymar, de Messi.
— De Zidan.
— De Pelé.
— De Obdulio Varela.
— No es gran incentivo al fútbol del futuro.
— Es que ellos no lo incentivan: lo ordenan.
— Eso con el fútbol no va.
— Imagínate. ¿Tú crees que Maradona jugaba al fútbol porque le dieron la orden?
— ¡Qué va! ¡Al contrario! El fútbol se juega contra la autoridad.
— No extraña que no consigan 11 jugadores en 1400 millones de personas.
— Y ahora, ¿dónde vamos a jugar?
Nadie sabía.