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domingo, 2 de mayo de 2010

El Gordo y el Flaco


Es asombroso lo muy frecuente que encuentro en el subte al melómano que canta con los auriculares puestos. Es un muchacho que tiene evidentes problemas, pero que no le impiden andar solo (aunque se ve que lo visten). Escucha música en un walkman. Y la escucha con tanto placer, pero tanto placer, que no le alcanza con tener una expresión de éxtasis místico, sino que el cielo infinito que le causa la música lo hace acompañarla cantando. Tararea o murmura unos alaridos desatados que retumban en las paredes de la estación y se van por los túneles mientras de su boca aparecen otros. Es muy impresionante escucharlo, pero también se lo comprende, porque a uno le pasa que algunas canciones lo hacen cantar. Cierta vez, intrigado por la melodía que dejaba adivinar la forma sus gritos, acerqué mi cabeza a sus auriculares. A unos dos metros, el sonido de la música era furioso. No identifiqué la música, pero me olvidé del asunto porque estaba estupefacto: no podía creer que pudiera escuchar música a un volumen tan bestial. No podía pasar mucho tiempo antes de que esas detonaciones le arruinaran el oído y quedaría sordo para siempre.
Me entristeció. Encima de tener problemas, se iba a quedar sordo. Pero después pensé: ¿y qué? ¿Cuál es el sentido de preservar el oído? ¿Qué valdría la tanto la pena como esa música gloriosa que lo hacía chillar de alegría y placer como a un animal de otro mundo?

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Cuatro-menos-cuarto de la mañana, no me puedo dormir. Doy un par de vueltas, voy al baño, voy a la heladera, voy al libro que estoy leyendo, voy a una ventana. Me tiro, enciendo la tele. En un documental un tipo explica que en la Tierra se dio una combinación épica entre la Vida y el Oxígeno. El Oxígeno produjo el surgimiento de la Vida, a condición de que la Vida, el mayor milagro de todo el Cosmos, pagara un precio altísimo: la existencia dramáticamente breve. El Oxígeno que alimenta los seres vivos los consume con la voracidad de Cronos. La fabulosa relación entre el Oxígeno y las criaturas tiene este nombre: combustión. Y los hombres tenemos ese desarrollo genial que es la conciencia, que nos podría advertir de lo estúpido que es concebir que si no nos lanzamos a la vida, la conservaremos.
La combustión es inefable. No es posible frenarla ni controlarla. Es cosa que antecede a todo poder humano, un asunto entre el Oxígeno y otros combustibles, que se buscan con ansias de amor o de odio, e irremediablemente se encuentran, venciendo todas las barreras.


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Uno de los escritores de las portentosas biografías de Jesucristo hizo que el protagonista hablara de cualquier persona como alguien que tiene una lámpara, y por tanto, el cometido de alumbrar.
Tan simple y tan perfecto.
El héroe Jesucristo, como el androide líder de Blade Runner, brilló pocos años, pero con intensidad magnífica, como si el hombre naciera con una cantidad limitada de luz para emitir. Jesucristo y el Nexus 6 no se guardaron el mínimo resplandor, irradiaron cada átomo de energía que habían recibido.

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Kurt Vonnegut dijo que amaba a Laurel y Hardy porque daban lo mejor de sí en cada intento. Lo dijo con estas palabras: “The fundamental joke with Laurel and Hardy, it seems to me, was that they did their best with every test.”

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