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miércoles, 17 de noviembre de 2010

Fragmentos del cuento La mujer más pequeña del mundo, de Clarice Lispector


“En las profundidades del África Ecuatorial el explorador francés Marcel Pretre, cazador y hombre de mundo, se encontró con una tribu de pigmeos de una pequeñez sorprendente. Más sorprendido, sin embargo, quedó al ser informado de que existía un pueblo aún más pequeño, más allá de la selva y las distancias. Entonces, más se metió.
“En el Congo Central descubrió a los verdaderos pigmeos más pequeños del mundo. Y —como una caja dentro de una caja, dentro de una caja— entre los pigmeos más pequeños del mundo, estaba el más pequeño de los pigmeos más pequeños del mundo, quizás obedeciendo a la necesidad que a veces tiene la Naturaleza de excederse a sí misma.
“Entre los mosquitos y los árboles tiernos de humedad, entre las nutridas hojas del verde más perezoso, Marcel Pretre se vio ante una mujer de cuarenta y cinco centímetros, madura, negra, callada. (…) Estaba embarazada. (…) Sintiendo la necesidad inmediata del orden, y de dar un nombre a lo que existe, la llamó Pequeña Flor.”

(…)

”Su raza está siendo prácticamente exterminada. Quedan pocos ejemplares humanos de esa especie que, si no fuese por el astuto peligro de África, sería un pueblo propagado. Además de las enfermedades, las aguas de aliento infestado, la comida deficiente y las fieras que acechan, el gran riesgo para los escasos likoualas radica en los salvajes bantúes, amenaza que los rodea en un aire silencioso como en la madrugada de una batalla. Los bantúes los cazan con redes, de la misma manera que hacen con los monos”.

(…)

“Estaba riendo, caliente, caliente. Pequeña Flor estaba gozando de la vida. La propia cosa rara estaba teniendo la inefable sensación de aún no haber sido devorada. No haber sido devorada era algo que, en otros momentos, le daba el ágil impulso de saltar de rama en rama. Pero en este momento de tranquilidad, entre las espesas hojas del Congo Central, ella no estaba aplicando ese impulso en una acción —todo el impulso se concentraba en la propia pequeñez de la propia cosa rara. Y entonces ella reía. Era una risa que solamente quien no habla es capaz de reír. A esa risa el constreñido explorador no consiguió clasificar. Y ella siguió disfrutando su propia risa suave, ella que no estaba siendo devorada. No ser devorado es el sentimiento más perfecto. No ser devorado es el objetivo secreto de toda una vida. Mientras no estuviera siendo devorada, su risa bestial era tan delicada como es delicada la alegría. El explorador estaba turbado”.


3 comentarios:

  1. Gracias Gustavo por esta belleza.
    Mis amigas, maestras, hermanas me acercaron hace algunos años a esta magnífica escritora.
    Te diré que entre esta rara tribu, comunidad de mujeres lesctoras y sabias Clarice es infaltable a la hora del fuego y el buen vino.
    Abrazos.
    Gabriela

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  2. Hola Gaby! Gracias a vos. Me alegra mucho que hayas leído a esta escritora. Es de lo mejor que ha dado, como dice Chávez, Suramérica.

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  3. si stavron la agarra a pequenya flor, hace un peliculon

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