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jueves, 17 de marzo de 2011

Murió Viñas


El viernes pasado, cuando supe de la muerte de David Viñas, estaba sumergido en la catástrofe de Japón. El lunes empecé a pensar algunas cosas, luego volvieron a distraerme los miles de evacuados, las aguas que se llevaban las casas, los reactores nucleares que explotaban, los japoneses soportando con civilidad estoica. Pero en un momento de la semana me decidí a escribir las dos cosas que me vinieron a la cabeza, antes de que se perdieran para siempre.
Hablé de Viñas con Camilo Sánchez, y antes de ponerme a escribir eché una ojeada a las notas que publicó el diario Página 12 el domingo en su suplemento cultural. Hablaré, así, de Viñas y del homenaje que se le hizo en el suplemento Radar.
Lo primero que he de confesar es que luego de leer los artículos de Radar sé que sólo diré pavadas.
Disculpe usted.

Cuando empecé la universidad entendí que Viñas tenía la mayor dimensión como crítico literario en Argentina. Otros eran enormes, pero hacían crítica desde un lugar diferente: Martínez Estrada y Murena desde el pensamiento de lo nacional, Borges y Bioy Casares para ubicarse como ilustrados universales, etc. Los dos colosos eran Viñas y Sarmiento. Tuvieron el conocimiento más vasto y profundo e hicieron la lectura más original y fértil sobre lo que se ha escrito aquí.
En Radar Horacio González dice que Viñas “inventó la crítica literaria contemporánea. Lo hizo frente a Borges, Jauretche, Martínez Estrada, Mansilla, Arlt y Roland Barthes.” También afirma que “Sus libros de crítica han fundado un nuevo ciclo para mirar la acción literaria argentina.”
Por su parte, Guillermo Saccomano agrega el rasgo más distintivo de la obra de crítica de Viñas: “sabía que la teoría literaria es teoría política.”
No creo que, 45 años después de la publicación de Literatura argentina y realidad política, se pueda realmente leer la producción literaria nacional sin la influencia de David Viñas.

Por otro lado, María Moreno escribe “tiene razón Saccomanno, al remarcar cómo la figura del polemista ha empañado la del escritor de ficciones”, y Horacio González: “Viñas escribió novelas fundamentales”. Yo entendí lo de “fundamentales” cuando conocí la potentísima mirada de Viñas sobre la Argentina y me zambullí en sus novelas. Me siento un sacrílego dudando de las sentencias de intelectuales tan encumbrados, pero las novelas de Viñas no me resultaron buena literatura. No las estoy evaluando como crítico, sino que mi impugnación es de las tripas de mi lector. Todo lo que leí me resultó tenso, falto de inspiración y sin el toque de aquello que hace de un texto algo que no se termina de asir, un significado que huye, que teniendo el corazón en otro lugar, hace que el texto esté vivo y sea siempre nuevo. En cambio, son novelas escritas con un esfuerzo ejemplar, un rigor férreo y un afán de perfección extremado. No hay cómo negarle su corrección excelente. Al leerlas siempre sentí que eran las novelas de un campeón que se sabe sin alma y quiere alcanzarla con el trabajo, aplicando la técnica que conoce mejor que nadie y dando la vida en el intento.
Un lado sombrío de este drama es el del crítico que se hace escritor creyendo que escribir es sólo la buena aplicación de la técnica. Los críticos literarios argentinos tienen un rigor crítico afiladísimo, asesino, de modo que cuando se ponen el traje de escritor todo ese poder tremendo les cae encima. No pueden poner una coma, un adverbio, una oración coordinativa sin que el pavoroso vigilante que tienen sobre la cabeza haga un gesto de duda o de desaprobación furibunda. Y en el medio de eso, no aparece el significado nuevo. Todo termina escrito inmaculadamente, pertrechado formidablemente contra todo cuestionamiento, pero el texto no tiene alma. No dice nada nuevo.

Como una anécdota Saccomano cuenta de la “persistencia” de Viñas “en leer La Nación: se leía el diario de punta a punta. Y no se perdía nunca las necrológicas. Viñas leía La Nación con más atención que sus propios lectores. Y que sus detractores, ni hablar. Pero no leía lo mismo que todos ellos. Leía, sin maniqueísmo, la historia. La interpretaba.” Maldecía, obsesivamente, a la élite liberal, casi como un acomplejado, como si hubiera tenido un problema de pertenencia. A La Nación la llamaba “el diario de los Mitre”; claro, estaba ahí la intención de ponerle nombre y apellido a los hijos de puta que han asesinado con todo tipo de armas a generaciones de argentinos, pero quizás estaba también aquello de que conocer a alguien es ser parte de su círculo.

No tengo derecho a decir estas cosas. Vuelvo a pido perdón a todos, especialmente a Viñas, que si estuviera vivo no sólo me molería a trompadas, sino que con toda la razón me diría que estas cosas se dicen en privado.

Quiero resaltar algo más que escribió María Moreno: “No encarnó el mito del padre sino el del hombre solo, de cuño militar o curial, más allá de las queridas, los favoritos y las izquierdas, que identifica a la Patria y no a la familia.”

Y sin embargo, para Viñas fue importante su familia, y fueron muy importantes sus hijos, a quienes la dictadura del 76 desapareció. El momento en que más respeté a Viñas en mi vida fue una noche en que lo vi en la televisión, en el programa de Cristina Mucci. Con sensata postura política-pero no partidaria, la conductora había invitado a intelectuales muy democráticos para que reprobaran la ilegalidad de la dictadura dejada atrás. No recuerdo muy bien quiénes estaban en el panel, pero tengo muy presente que me creciera una sensación de repugnancia. Todos estaban tan de acuerdo. Estaban de acuerdo con la CONADEP, con Alfonsín, con los jueces… Estaban tan de acuerdo que parecía que ya estaba todo bien, siendo que no se condenaría más que a un puñado de militares. Entonces alguien hizo el discurso más acabadamente formal y muerto de todos y allí David Viñas explotó. A los gritos le dijo cosas tremendas a esa persona, enumerando una cantidad interminable de agachadas que había tenido durante la dictadura. Terminó insultándola con una justicia inapelable, se paró y se retiró del panel. Viñas siempre fue a fondo. Nos deja eso, sobre todo.

Iba a fondo con su potencia polemista. Era incendiario, insoportable e irresistible, como cuando dijo, lo recuerda María Moreno, que Neruda era un boludo con vista al mar, o cuando dijo que “si me apuran, tengo que decir que Rodolfo Walsh fue el mejor escritor argentino del siglo XX”. Lo dijo, claro, mirando a Borges. Si estas afirmaciones vinieran de otro no serían más que un dislate, pero alguien que adore a Neruda o a Borges debería Haber temido pedirle a Viñas que las fundamentara, porque lo habría hecho de un modo tan rotundo y tan difícil de discutir que Neruda o Borges habrían quedado arruinados para siempre.

Una intelectual que fue compañera de Viñas y luego, sometiéndose al cumplimiento de un triste programa de vida, se pasó a la oligarquía más recalcitrante, recordó estos días que Viñas dijo: “Borges no me interesaba”. Sin embargo, en Borges, el diario escrito por Bioy Casares, el editor Daniel Martino anota en un pie de página la versión de un Carlos Correas de una pelea referida por Borges (la anécdota de Borges no vale la pena): «Recuerdo una vez que estábamos en el Edelweiss (…) los de Contorno y en el fondo, había como un comedor muy grande, estaban (…) los surrealistas de (…) Letras y Línea (…). Le estaban haciendo un homenaje al viejo Girondo, que estaba bastante viejo y que estaba completamente borracho (…) David (Viñas) odiaba a los surrealistas. Estaban Alberto Vanasco, un tal Vasco, después un poeta que se llamaba Juan Carlos Pellegrini que era rengo, y ése se peleaba con David. (…) (Éste) le dice: “Pero Pellegrini, eso que usted escribió, esa poesía, ¿a usted mismo no le parece que es buena esa poesía?”. “Sí, cómo no, si yo mismo la escribí, es buena. Es una poesía buena (…).” “No, no, está bien, está bien”, le dice David, “no se ponga nervioso, Pellegrini”. Entonces Pellegrini le dice: “La nerviosidad es natural en mí”. Entonces David le dice: “No, lo que es natural en usted es la renguera”. Entonces, el tipo se levantó y se le fue encima. Empezaron a volar las mesas, las sillas y el viejo Girondo no se daba cuenta (…)» (En El Ojo Mocho, 1996).


1 comentario:

  1. Mi tío Cholo me pide que incluya su comentario:

    Lindo el comentario Gustavo, muchas gracias por ayudarme a desasnar un poco.
    Cuando leo "...teoría literaria es teoría política.” me acuerdo de lo que dijo Richard M Weaver, mi escritor favorito: " Language is sermonic."
    Posiblemente Viñas no conocía bien al surrealista René Magritte, mi pintor/filosofo favorito.
    Saludos,
    Cholo

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