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jueves, 21 de abril de 2011

Ego


Me corté el lado interno de la mejilla y hablar me causa dolores horribles. Tengo una reunión tras otra. De ello depende que pueda sobrevivir los próximos meses. No hay remedio. Lo más que puedo intentar es no hablar en las reuniones, pero mis intentos fracasan indefectiblemente. No puedo parar de hablar. Constato que cara a cara, hablo tanto como si estuviese hablando por teléfono. Concluyo, al fin, que no existo yo-sin hablar. Hablar soy yo.
Lo mismo sucede con la computadora.
Y lo mismo con Internet.
Nombro estas tres partes de mí; creo que podría hacer una lista de otras. Ahora, esas otras ¿serán cada parte de mí, todas las partes de mí? ¿La lista debería incluir mi barba, mis 86 kilos, la salud de mis rodillas, las piedras de mi riñón, mi apéndice? ¿Debe incluir mi gusto por el gin tonic, el asado y los camarones?
¿Mi imagen en el espejo?
¿Mi sombra?
¿Mis recuerdos de la bicicleta anaranjada (¿la bicicleta anaranjada, esté donde esté?), el monte de eucaliptos?
¿Mis recuerdos de Tina?
¿El recuerdo que improbablemente tenga Tina de mí?
O sea, ¿dónde termino? Y si los límites de mí son tan inciertos, ¿por qué me creo tan indudable?
¿Puedo decir “yo” si no sé dónde empiezo ni dónde termino?



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