En la isla de Tupai las personas nunca habían tenido que preocuparse por muchas cosas. De la inundación sí, la inundación por la marea alta o por las tormentas. A veces el agua llegaba a cubrir casi toda la isla.
Por la comida no necesitaban preocuparse. Cultivaban a medias unos tubérculos que crecían solos, como se criaban sin ayuda los chanchos. El resto lo recogían —los frutos de los árboles y los peces, las tortugas y los moluscos del mar.
Los franceses, al llegar, observaron esta extraña conducta: frecuentemente, cuando las personas se encontraban —varones, varones y mujeres, mujeres— sin importar la edad, intercambiaban unas pocas palabras e inmediatamente se acostaban a dormir entrelazadas. Podían ser dos o varias personas. Se quedaban profundamente dormidas, a veces unos minutos, a veces horas. Cuando despertaban se saludaban brevemente y cada quien seguía su camino.
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