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sábado, 14 de enero de 2012

El gato del Bar Conde


Es evidentemente un gato macho. No, perdón: un gato hombre. Si este gato fuera un hombre, me enamoraría de él —quiero decir, del hombre, porque estoy enamorado del gato. Tiene una cara tremenda, de rasgos tan definidos que parecen moldeados con un hacha en la madera de un tronco, y una mirada tan grave y decidida que da miedo, porque claramente evidencia que es capaz de todo. A la vez, su expresión tiene la solidez que resulta de haber resignado con dolor cosas importantes.
Reflexiona sobre la vida, mayormente sobre el pasado. Tanto ha reflexionado que se ha vuelto sabio. Es un gato hombre sabio, con una mirada de una tranquilidad, un aplomo y una inteligencia que atemorizan y a la vez tranquilizan.
Carezco de religión y de fe, pero este gato es la mayor demostración que tuve en mi vida de la transmigración de las almas. Es absolutamente innegable que vive en él el espíritu de un humano, una persona íntegra que vivió la vida sin miramientos, poniendo todo lo que tenía en los diferentes aspectos de su vida.
Hoy vine preparado al Bar Conde, su casa, con la cámara de fotos para registrar la expresión de su cara. La dueña me cuenta que cierta vez llegó alguien, un famoso, con un fotógrafo que lo retrató junto al gato, y así el gato apareció en una revista. Me trae la revista: el gato posa tan inalterado como lo veo en este momento. Mira al fotógrafo con la misma pesadez e indiferencia con que mira hacia mí sin observarme.





1 comentario:

  1. Muy bueno el articulo. Yo voy siempre al bar y ese gato obviamente fue lo que me hizo volver, además de los sánguches con manteca. Es increible como permanece inmutable en su silla, como si no hubiera nadie alrededor. Una vez habia un tipo limpiando las ventanas por lo cual tuvo que correr la mesa y por consecuencia la silla donde estaba reposando este ser (el gato), que quedó absolutamente en la misma poscicion, indiferente al movimiento de su habitáculo. Un genio.

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