No pretendo sentenciar, proponer ni afirmar un criterio
estético con esto que quiero decir.
Las playas me resultan un tren fantasma, un show del horror,
el resultado espantoso de lo que ha hecho la humanidad con los cuerpos de los
humanos. Casi todos están inconcebiblemente arruinados, abandonados, achacados,
expandidos, aflojados, degenerados, flácidos, hinchados, descangayados o
deformados.
O todo ello.
Gran trabajo, el de la sociedad y los individuos: lograr la metamorfosis
en adefesio de algo tan milagroso como un cuerpo humano.
Siento que mi mirada tiene una desagradable carga nazi, y en
todo caso me parece condenable porque habilita la discriminación, y es
neurótica e intolerante.
Sin embargo, no creo que sea bueno para nadie ni que
favorezca la solidaridad quedarme impasible ante la triste escena de la gente
corrompiendo sus hermosos, diría sagrados, cuerpos.