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martes, 7 de mayo de 2013

¿Qué?



Voy en un colectivo en el que viajan también dos sordomudos que habla entre sí mucho. Feliz, o más, exaltadamente. Se me ocurre que la alegría se debe a que pueden comunicarse pese a que son sordos. En parte los envidio. Yo también me estoy quedando sordo y sólo genero irritación en los demás. Me hablan, no escucho y pregunto “¿qué?”. Me hablan de nuevo y otra vez tengo que preguntar “¿qué?”, y empiezo a sufrir porque sé que cuando me digan lo mismo por tercera vez aún no escucharé, pero no quiero ser culpable de interrumpir la comunicación y allá va otra vez, “¿qué?” Me dicen y no hay modo. Me quedo pensativo, intentando desesperadamente inteligir lo poco que escuché y frustrándome. Entonces pido mil disculpas y explico que tengo graves problemas de hipoacusia, y entonces me gritan. Cuando esto se repite por dos o tres veces, ya mi interlocutor está francamente molesto y en sus gritos va connotada la pregunta “¿así te tengo que gritar para que me escuches, sordo de mierda?” Las charlas se desnaturalizan, la comunicación se corrompe, mi interlocutor no me soporta, yo me deprimo y tengo ganas de mandar todo a la mierda y quedarme solo. Y todo porque tengo un defecto físico. Otras discapacidades mueven a la lástima, como la ceguera. Ante un cieguito, la gente se pone solidaria, pero ante un sordo se pone rabiosa. No sospecha que el ciego no quiere ver, pero sospecha que el sordo no quiere escuchar. Peor aún, si yo fuera completamente sordo, si perteneciera a la categoría sordomudo, entonces sí se me dispensarían las atenciones y el comportamiento civilizado con que debe tratarse a un discapacitado. Pero si uno es medio sordo, ahí cagó. Entonces no hay ni buena onda, ni consideración, ni INADI.
Escribo esto para rogarles que me tengan paciencia si les pregunto “¿qué?”
Y si no, vayansé a la puta que los parió.