La pasividad de la esperanza me irrita.
No me gusta mucho tener esperanza.
Quien espera me parece un parásito, me dan ganas de
sacudirlo diciéndole que con ponerse a esperar, ya está muerto. Que ya nunca
tendrá lo que espera, y si le llega, ya no valdrá nada porque estará arruinado
por esa miserable actitud de quedarse esperando.
Sin embargo, admito que es muy arduo vivir sin el optimismo
de la esperanza. Por ejemplo, este detalle: el invierno es la Muerte, y sin
embargo, su primer día es el día más corto del año, de modo que apenas empieza
la Muerte, ya los días empiezan a alargarse.