Creo que hubo una época en la que se hablaba mal del
consumismo. "Consumista" estaba cargado de algo negativo: egoísmo,
codicia, vanalidad, inconsciencia política, idiotez o voluntario sometimiento a
un sistema económico que manipulaba a las personas primero, robándole la mayor
parte de su trabajo y después, capturando lo que le habían pagado a través de
un consumismo sin límite.
Se decía que desde la Segunda Guerra Mundial la estrategia proconsumismo
fue enorme, con las fábricas produciendo aquello que se inventaba e imponía
como una necesidad —y se imponía como necesidad cualquier cosa, hasta el
absurdo: "no puedo no tener el nuevo modelo", "me gasto hasta el
último centavo, pero me compro los pantalones de esa marca", "nos
endeudamos, pero desde que vimos el televisor smart no pudimos dormir hasta que
nos dijimos 'lo compramos'", "me pueden las carteras".
Se decía, en fin, que el consumismo es un modo de exacción,
un mecanismo de explotación mediante el cual los sectores que concentran el
capital le quitan al resto lo que ganan. Un trabajador, digamos, genera 10.000
pesos por mes, los capitalistas le quitan 4.000 como plusvalía y luego gran
parte de los 6.000 restantes haciéndole consumir productos y servicios que
fuerzan como necesidades.
Recuerdo que luego apareció la discusión sobre qué es y qué
no es necesario. Por ejemplo, es necesario o no comprarle al hijo de 13 años un
celular inteligente? Algunos argumentarán que no y otros que sí. Se dijo que la
necesidad es un constructo social, y que si la sociedad está comandada por un
sector, ese sector convertirá en una necesidad todo lo que produce.
Hace mucho que no escucho casi ninguna crítica al
consumismo. Ni siquiera los líderes latinoamericanos que hicieron un fuerte
planteo antihegemónico con políticas de inclusión social fuertemente declamadas
e incluso encaradas, han hablado contra el consumismo.
Ya no se habla de consumismo; el consumismo ha perdido toda
carga negativa y ha devenido "consumo", instancia de la economía
valorada como positiva, desde que "activa la economía" y "crea riqueza".
Más aún, se defiende el consumo como derecho de los "sectores postergados
durante décadas", o sea, el consumo es índice de inclusión social.
Algún historiador pondrá el foco en esa transición del
consumismo al consumo en el discurso de los políticos. Naturalmente, debe estar
en sintonía con una izquierda pragmática, que aprendió que la única manera de
conservar el poder es bajarse los pantalones cada vez que los fuertes lo
exijan.
Lo que se condice con las propuestas políticas que declaman
independencia con grandes gritos y entregan en grande el poder económico a los
sectores dominantes.