Hay hombres y mujeres.
Luego mujeres a las que les gustan las mujeres.
Hombres a quienes les gustan los hombres.
Mujeres que les gustan las mujeres y también los hombres.
Hombres que quieren ser hombres y les gustan los hombres y
hombres a quienes les gustan los hombres que quieren ser mujeres.
Hay mujeres a las que les gustan los hombres que quieren ser
hombres y les gustan los hombres.
Hay hombres que les gustan las mujeres a quienes le gustan
los hombres que les gusta ser mujer.
Etcétera. You name it.
Pueden seguir vos construyendo la lista de posibilidades.
Y aún así, estamos manejando los términos “hombre” y “mujer”
como enteros. Imagínense si empezáramos, para acercarnos a la realidad un poco
más, a manejar porcentajes: las mujeres me gustan 80% y 20% los hombres.
Ya entiende la mente un poco calculadora que las
posibilidades son infinitas.
Pero no hay infinitos humanos.
Bueno, las posibilidades de las huellas dactilares son
también infinitas, sin que existan infinitos humanos.
Podríamos decir que hay una forma de huella dactilar por
persona.
Una persona, una huella dactilar.
Para horror de algunos, podríamos hacer esta pagana
transpolación: una persona, un género sexual.
¿Quieren llevar esta locura al frenesí?
Las huellas dactilares se mantienen igual durante toda la
vida, el género sexual no.
Si esto fuera un vector, algunas sociedades podrían
dirigirse a un tipo de relación entre las personas en las que X se aparea con Y,
sin que pueda identificarse ni a Y ni a X con un género social general.
Sería el fin del género sexual.
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