David Moreira fue
golpeado brutalmente por unos cincuenta vecinos que lo acusaban de robar un
bolso a una chica. Fue trasladado a un hospital local, estuvo cuatro días
internado y falleció ayer.
“Felicito a cada uno
de mis vecinos, orgullosa de mi barrio, la próxima les cortamos las manos en la
plaza delante de todos, como en la época medieval”, escribió una mujer del
barrio que celebró el linchamiento, en la cuenta de Facebook creada por los
vecinos para reclamar por los robos en la zona.
(El mensajero diario)
Ninguno de mis amigos de facebook celebró el linchamiento, y
en cambio muchos reprodujeron la noticia. Sólo hemos reproducido la noticia.
Casi sin comentarla, sólo indignados.
“El tocan a uno de los míos, la liga” me resulta lícito.
Aplaudí, como el resto del cine, cuando el bruto de Los
santos inocentes ahorca al patrón criminal.
Abracé a Chávez cuando lo conocí, porque sabía que había
trompeado a Astiz. Cuando le pregunté a Bayer cómo explicaba que no hubo otro
caso de justicia por mano propia contra los cientos de torturadores y asesinos
de la dictadura, me dijo que no tenía explicación.
Quizás la sensación de que el Gobierno estaba haciendo
justicia desalentaba la justicia por mano propia.
O quizás lo hacía el miedo.
Si alguien lo hubiera hecho yo hubiera festejado.
Me siento culpable por no haberlo hecho.
“Pero esos eran torturadores y asesinos consumados, este era
un pibe de 18 años, solo”. Es cierto.
La horda que lo atacó no atacó a ningún asesino de la
dictadura.
Ni mueve un dedo contra los ladrones que se llevaron sus
ahorros en el 2001 y siguen dándose la gran vida delante de sus narices, y
siguen llevándose el producto de su trabajo a través de la inflación, el
consumismo y una extensa e inacabable paleta de estrategias extractivas, desde
un aumento exorbitante de la tarifa del transporte hasta servicios brindados
con impune deficiencia, por ejemplo por parte de las empresas de telefonía
celular, y cargos desconocidos e inapelables en la cuenta bancaria.
Las leyes, los aparatos que las crean, los que las ejecutan,
los que vigilan su cumplimiento, aparatos estatales y no estatales, sirven a la
explotación de la mayoría a favor de los pocos que ganan el poder.
Incluso los legalistas que nos refugiamos en “que se haga
justicia legalmente” debemos admitir que esa legalidad está en contra de los
pobres que roban un celular, una cartera, un par de zapatillas.
El linchamiento es explotado contra explotado. Perro del amo
explotado contra perro sin amo explotado.
Los perros del amo matan a tarascones a un perro chico que
osa robarles el exiguo hueso que el amo les permite y luego lamen la mano del
amo.
Los perros del amo llaman a los perros chicos “hienas”.
Ellos no son muy dignos, tampoco, cuando atacan cobardemente a alguien, una
hiena, indefensa.
Entre los perros del amo, algunos están cansados de que los
perros chicos les roben. Otros, muchos, muchísimos, están muy nerviosos porque
en todas partes escuchan que los perros chicos están robando, matando, atacando
como hienas.
¿De dónde escuchan?
Caso del perro del amo Juan: en los últimos cinco años nunca
nadie le robó. Dos veces vio cómo le arrebataban el celular a una persona en el
colectivo, en el momento en que se estaban por cerrar las puertas. A tres
personas de su entorno sí las asaltaron; a dos le pidieron el celular en la
calle, a una le pidieron el anillo cuando cruzaba una plaza. A una amiga la
robaron el auto, a otra el estéreo del auto. A conocidos de conocidos les
desvalijaron la casa y otros robos.
Esta situación naturalmente pone a Juan en alerta. Pero Juan
está paranoico. Se enfervoriza cada vez que se habla del tema, se queda
hablándolo por horas, anda por la calle con miedo.
Ha acumulado cinco años de tensión contra las hienas que
están atacando a todos.
Pero ese mundo de hienas no es el de su registro.
¿De dónde escucha Juan?
Los medios de comunicación saben que la inseguridad garpa.
Los perros de los amos parecen amar estar asustados y adoran
las noticias de inseguridad.
He ahí un matrimonio feliz.
La masa de perros de los amos adicta a la paranoia, feroz
masoquista, y los medios que ganan fortunas alimentándolas.
“Se quejan, se quejan y nos condenan, pero bien que se van a
alegrar si cuando matemos a dos cacos, los otros se van a dejar de joder y no
los van a joder a los mismos que nos condenan”.
Me temo que es cierto.
Hasta en los más tolerantes y humanistas vive lo que se
exabrupta en los perros linchadotes: el ataque está cargado de la necesidad de
vengarse del miedo largamente reprimido, miedo fundamentado por la realidad
creada en el juego con los medios de comunicación, y también contiene el odio a
los pobres, el odio a los negros, el odio a los jóvenes.
“El desgobierno se paga”.
Cierto.
Obviamente los perros chicos, como los perros del amo y los
amos son producto de una sociedad que prefiere el bienestar individual al
bienestar colectivo.
El Gobierno es el gobierno que esa sociedad se da a sí
misma.
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