Acá en el 4ºB atiende un psicólogo.
Obviamente, la pared es muy finita. Si estoy cerca de esa
pared, escucho mejor lo que pasa en sus sesiones que lo que se habla en mi
departamento.
Y bueno, no puedo dejar de escuchar algunas charlas —mucho
menos cuando se ponen hot y estoy con el oído pegado a la pared.
Hace un rato había un tipo:
—
Me frustra que Isabel no acepte jugar a nada.
—
¿Por qué creés que no acepta jugar?
—
Porque goza castrándome. Y porque es histérica,
me provoca entusiasmo y después me lo corta.
—
¿Nunca te dijo por qué?
—
Me dijo que soy muy bruto, o muy grande.
—
¿Vos qué pensás de eso?
—
Que es cierto.
—
¿Entonces? ¿Goza castrándote, es histérica o le
parecés muy bruto o muy grande?
Teléfono. En mi departamento. Es Marchetti, que quiere cenar
esta noche. “Sí, sí, sí”, le digo y le corto rápido. Ay, no puedo, bueno,
después lo arreglo. Corro a la pared.
—
…pero, bueno, ahora se me ocurre que tal vez yo
soy de imponer las reglas del juego, y a lo mejor ella quiere jugar… Quiero
decir, yo quiero que juegue mi juego, y ella también es de hacer su juego.
Competimos. Pero bueno, quizás no esté bien decir que no acepta jugar, sino que
el tema es que no es jugar si sólo son mis reglas. Quizás para jugar hay que
tener reglas de los dos…
Sigue hablando, pero yo me voy. No sé si me gusta lo que
estoy escuchando.
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