Lorena ha venido a sentarse al lado de Benigno.
El año pasado Lorena
comenzó a dar clases en la escuela que está cerca de la villa miseria donde
vive Benigno con su mamá, su papá, sus parientes y sus vecinos, todos bolivianos.
Es apocado, no habla. Intenta hacer la tarea, se distrae, apenas le sale.
Trabaja con su mamá. Los demás chicos no lo tratan bien, su única defensa es
pasar desapercibido. Lorena le tiene cariño. Ama sus manitos gordas, sus pelos
pinchos y sus densas pestañas negras.
Como otras veces, se sienta a su lado.
Benigno está haciendo algo con su teléfono celular.
—
¿No hacés la tarea?
—
No entiendo.
—
Cuando no entendés tenés que preguntarme.
Benigno hace silencio.
—
¿Qué hacés con el celular?
Sin decir nada, Benigno le muestra fotos. Son fotos de
chicos, más alegres que él, abrazados en barra, poniendo caras, inventando
poses, chicas haciéndose las sexys.
—
¿Quiénes son?
Benigno no contesta, pero a medida que pasan las fotos Lorena
creer ver algo que le llama la atención. Comienza a observar mejor para
descubrir qué es. Sin saber por qué le pide a Benigno que vuelva a una foto y
agrande la cara de un chico. Lorena descubre que sabía quién es: Miranda, uno
que está en el mismo grado de Benigno. Lorena alza la cabeza, allí está
Miranda. Le pide a Benigno que vuelva a pasar las fotos que había visto por
arriba y comprueba que en muchas otras también había compañeros de Benigno. Un
escalofrío le corre por la nuca.
—
¿Les sacás fotos a tus compañeros?
Con un movimiento casi imperceptible, Benigno niega con la
cabeza.
—
¿De dónde sacaste las fotos?
—
Bluetooth —dice Benigno.
Lorena no entiende.
—
¿Cómo, Benigno?
Benigno orienta la pantalla de su celular hacia los ojos de
Lorena y con su índice va abriendo ventanas y haciendo maniobras que ella
apenas puede seguir —clickea en el ícono BLUETOOTH y aparece una lista de
códigos, abre una aplicación en la que vuelve a aparecer la lista, clickea en
uno de los códigos, aparece una serie de carpetas, clickea en una de ellas
llamada DCIM y se abre un menú de fotos. La cara de Lorena se tensa. Son sus
fotos, las que ella tiene en su celular. Comprende finalmente que Benigno puede
entrar en todos los celulares que tiene cerca. O sea, puede leer todos los mensajes,
ver todos los documentos, escuchar la música y los mensajes de voz archivados
en otro celular, ver los videos, obtener direcciones de contactos, tal vez
claves. Lorena mira a Benigno azorada y le ve una sonrisa tímida, apenas
pícara, infinitamente inocente.
—
¿Nadie se dan cuenta de que les espiás el
celular?
Benigno niega con la cabeza y dice:
—
Un Señor, nomás.
Perturbada, Lorena no se detiene en “un Señor”. Le dice a
Benigno “loco”, le revuelve los pelos parados y vuelve al frente, a preguntar
si terminaron la tarea.
El Señor es uno de los empleados de maestranza. Es ingeniero
en comunicaciones y muchos años trabajó en el área de radares del aeropuerto de
San Fernando.
Él también se hizo amigo de Benigno. Lo veía siempre solo en
los recreos, un día se le acercó, le preguntó qué hacía con el celular y
Benigno le mostró (mucho más de lo que tiempo después le mostraría a Lorena).
El Señor también le contó secretos a Benigno. Le habló de la
Transarticulación, que se mete adentro del pensamiento de algunas personas.
—
Hay que tener cuidado. Yo denuncié esa violación
de la intimidad en la Justicia, en las Defensorías del Pueblo y en la Asamblea
Permanente por los Derechos Humanos.
El señor le mostró a Benigno una red que había construido y
se ponía en la cabeza como un gorro para que la Transarticulación no se metiera
en su cerebro. A veces dormía con la red puesta, porque detectaba que el
Sistema se estaba metiendo en sus sueños, pero la Transarticulación permeaba la
red y tuvo que quedarse despierto varios días, y al fin tuvieron que
internarlo. Entonces un psiquiatra le dio una pastilla y le dijo “esto
disolverá la Transarticulación”. El Señor miró al psiquiatra dentro de sus
ojos, para saber si lo estaba burlando.
—
Una pastilla que yo meta en mi cuerpo ¿va a
disolver la Transarticulación, que opera con millones de personas, equipos,
edificios, vehículos? ¿De qué modo? ¿De verdad usted piensa eso? ¿Quién es el
loco, de nosotros dos?
Benigno siempre escucha al Señor. Jamás dudó de lo que el Señor
le dijo. Benigno tiene sus razones para creer que el Señor dice la verdad.
Buenos Aires,
27 de julio de 2014
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