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domingo, 3 de agosto de 2014

La forma de Borges


Con varios asuntos puedo decir “llevo una vida entera tratando este asunto”. Las películas de Woody Allen, la escena del encantamiento con la luna, el horror del cachorro desvalido, por ejemplo.
Otro ejemplo: la insustancialidad de Borges. A los 20 años, discusión con Pablo Makovsky. Yo sostengo que Borges no vale nada porque es sólo superficie, a lo que Pablo responde, apoyado en Tzevan Todorov, que la forma es el contenido.
A los 43 encuentro que Jerzy Kozinski sentencia también que Borges no ha aportado a la literatura más que elementos decorativos.
A los 51 Camilo Sánchez me cuenta su admiración enorme por Borges porque “esá completamente concentrado en trabajar las formas”.
A los 35, en una de las decenas de veces que seguimos discutiendo el tema con Pablo Makovsky, su mujer, Mariela Mangiaterra, acota: “es una cuestión de fondo, Pablo vive en el sintagma, vos en el paradigma”.
Etcétera.
Y he aquí que me sale al encuentro ayer, desde el Borges de Bioy Casares, que Borges ofrece, depurado y con una forma notable, mi argumento contra él. Están leyendo una Biblia y Borges dice: “Estoy seguro de que todo es verdad. No digo los milagros, claro está… Pero ¿quién iba a inventar todo eso? No un discípulo ignorante. ¿Qué novelista sería capaz de mejorar la conversación de Cristo y Pilatos, del judio y del romano? Cada uno está en su mundo —habla en cross-purposes—, y no se recurre a idioteces de vestuario o a las trabajosas invenciones de Walter Scott o de Flaubert. La diferencia está dada desde adentro. ¿Y qué mejor que el sueño de la mujer de Pilatos, la lavada de manos, el buen ladrón, el ‘Dios mío, Dios mío me has abandonado’? Al leerlos los episodios vuelven a conmoverme; en cualquier redacción conmueven”.







 

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