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martes, 21 de abril de 2015

Incidente en el baño

En aquel viaje allá lejos y hace tiempo, me tocó ir con una amiga fotógrafa muy aficionada a la fabricación de churros. Cada tres minutos se armaba un impresionante churro gordo en el medio, bastante parecido a una babosa embalsamada. Así, mi amiga todo el día tenía una gran cabezota, según decía.
Tanto me insistió que al final le acepté una pitada —una sola. En ese estado entramos en un restaurante suizo. Los dueños eran dos suizos extremadamente suizos: precisos, racionales, automáticos, protocolares, formales, vigilantes, perfectos.
Rápidamente nos pusimos en desacuerdo desde que nos pidieron que les indicáramos con precisión qué queríamos comer y nosotros les decíamos "cualquier cosa que esté buenísima". Eso no lo aceptaron. No lo aceptaron de ningún modo. No iba con la exactitud suiza. El tiempo transcurría, la conversación no fluía pero no se abandonaba. Nosotros no aflojábamos con “traé lo más rico que tengas” y el suizo no aflojaba con “tienen que decirme qué platos quieren, ¡es elemental!” Y así seguía, fracasando, nuestra negociación. En un momento me aburrí y me fui al baño.
Soy muy torpe con los arreglos de la casa. Si un caño de la pileta de la cocina llega a gotear le pondré una serie de tachos muy creativa para siempre, tipo TIM, The Incredible Machine, pero jamás la arreglaré; lo mismo con la cortina, o una perilla de la cocina, cualquier cosa. ¿Y qué es lo peor? El puto mecanismo de la descarga del inodoro.
Bueno, no va que quiero descargar el agua y está roto. ¡En el baño de un restaurante suizo! Increíble. Me persiguen los desarreglos de la casa.
Yo no había dejado nada grave en el inodoro, podía quedar allí, pero por culpa del dichoso churro de mi amiga no va que se me da ¿por qué?, por ponerme a arreglar el mecanismo.
Levanté la tapa y me puse a estudiarlo. Era complejísimo. Lo empecé a desarmar. Jamás en mi reputa vida había hecho eso, ni se me había ocurrido, pero bueno, ahí estaba, abstraído como un relojero. En un momento golpearon la puerta y dije "OCUPADO" con mala onda, implicando "no molesten, che, que acá hay alguien arreglando esta porquería". No sé cuánto tiempo estuve. Perdí completamente la noción del tiempo. Lo armé y desarmé varias veces.
Y podés creer que lo arreglé.
Lo arreglé.
Salí del baño ancho, orgulloso, satisfecho.
Cuando llegué a la mesa había muchos platos. La disputa se había resuelto cuando mi amiga dijo “y bueno, entonces traé todo”.
Después tuve la sospecha de que no había arreglado muy bien el mecanismo de la descarga del inodoro porque recordé que el agua no dejaba de salir.

Más tarde volví al baño, pero no recordaba en absoluto el incidente.






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