En 1976 los
argentinos tuvimos una dictadura militar —como las que ya habíamos tenido
varias, tantas que se habían hecho sistemáticas, tantas que se podría mirar la
historia política argentina como una
alternancia entre gobiernos civiles y gobiernos militares.
La dictadura que
tuvimos entre 1976 y 1983 fue asquerosamente perversa e infinitamente abusiva y
criminal contra la población, desastrosa como administración y cumplió con su
objetivo de eliminar toda amenaza a las grandes propiedades privadas, o sea,
los grandes capitales.
Dejó muertos,
torturados, padres sin hijos, hijos sin padres, una sociedad mutilada, castrada
de iniciativa y económicamente quebrada y endeudada por décadas.
Terminada,
necesitamos mil años frente al muro de la sorpresa.
Mil años frente al
muro de la indignación.
Y necesitamos aún
empezar con mil años frente al muro de entender por qué la convocamos y luego
la apoyamos en masa.
Sin entender por
qué nos dimos la orgía de la dictadura del 76 estamos condenados a, de una u
otra forma, repetirla.
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