Ng Zhenguan es un pibe de Guilin que vive en Argentina,
extremadamente carismático y amigazo. Nos hicimos amigos automáticamente, a
veces nos vemos, caminamos por ahí, vino el día que mi sobrino se recibió, fuimos
juntos a ver una película en la que trabajé, le pidió a sus padres que me
alojaran cuando visité su ciudad. Hace un rato yo le estaba diciendo que para
un chino, llegar a leer poesía en español es un modo de entrar al corazón del
español por otra puerta, por donde no es importante la comunicación práctica del tipo
pedir algo en un restaurante, decir cuántos años tiene uno o preguntar la dirección
del hotel. Entonces pensamos en encuentros de tres o cuatro chinos que quieren aprender español y
dos o tres argentinos que les leemos un poema cada uno, y se los explicamos con
tiempo, palabra por palabra.
Me ha costado demás aprender el idioma chino mandarín para
comunicarme — pedir algo en un restaurante… —, pero en cambio apenas capto un
sinograma me atrapa. Me fascinan los trazos, el equilibrio entre vacíos que éstos
dejan construidos, el diálogo entre la imagen y el sonido, el juego de
significados internos, las familias a las que pertenece, y mucho más.
Si me cuelgo con los sinogramas jamás llegaré a pedir un vaso
de agua, o a decir que no hay agua caliente en la ducha del hotel, pero no creo
que no ingrese al idioma chino, y no sé si no me gusta este ingreso.
Ciertamente, nadie da un curso “Hasta el fondo infinito de los
sinogramas”. Una pena.
Intentaremos con los chinos, con poemas de Juan Ramón Jiménez,
Juan Gelman, Ivana Romero y Juana Bignozzi.
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