Mi papá le dijo una vez a mi hermana Anita que su nombre en
cantonés significa mariposa de otoño.
Un nombre como un poema asombroso y sobrecogedor, ¿no es cierto? Mi hermana ha
amado a su padre en las mariposas. Y éstas le han hecho el regalo de ir a nacer
en su jardín. Casi milagrosamente creció un ejemplar de la precisa planta a la
que van a reproducirse las mariposas monarca. Cuando termina el invierno la
planta, que es una planta vulgar y pasaría desapercibida en un baldío
cualquiera, entre los yuyos, los neumáticos que crían mosquitos en el agua de
su interior, las bolsas de nylon sucias y medio enterradas, algunos escombros
muertos, algunas botellas muertas, algunas maderas podridas; esa planta aparece
adornada de crisálidas pardas, feas, pero que guardan las mariposas que más
tarde nacerán anaranjadas con una perfección sobrenatural. Mi hermana Anita
roba las crisálidas y las lleva dentro de su casa, y para su absorto deleite y
complacencia hipnótica las mariposas nacen allí dentro. Revolotean por la
cocina hasta que ella, su Reina, les abre la ventana. Las mariposas se marchan por
el aire puro rumbo al cielo, hacia un lugar remoto, inalcanzable, al que ella
jamás podrá ir. Mi hermana las despide, llevando en su alma el mágico nombre
que le ha puesto mi padre.
De adulta se ha enterado que quizás ha habido una confusión
con el nombre, quizás no es mariposa de
otoño sino de primavera, o quizás
ni siquiera es mariposa. Pero ya no
importa, porque la verdad del nombre de mi hermana, la verdad de ella, no está
en un origen correcto, sino en lo que ella ha hecho. El amor de mi hermana
hacia su papá no está en la infalibilidad de la traducción, sino en las
mariposas que supo criar para él.
¡Qué bonito!
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