Se sabe, la mirada
del policía crea al ladrón. En Migraciones el oficial me dice “en la foto de su
pasaporte usted está con barba”, preguntándome por qué no la tengo ahora.
— Soy actor.
Mira la pantalla de
su computadora un rato. Luego observa, sagaz, porque es policía:
— Aquí dice que
usted es periodista.
¿Por qué tengo que
engancharme? Contesto:
— Sí, en el
casillero donde se pregunta “profesión” no me entraban todas las profesiones
que tengo. Además de periodista y actor, también soy papá profesional,
dibujante, mecánico porque hice un curso de mecánica liviana, jurado en concursos
de calidad empresarial, escritor y también digo el horóscopo. Perdón, no
entraba.
— Ah, usted es
gracioso.
— Fíjese que no, que
nada más no entiendo que usted esté sospechando de mí porque me afeité. ¿Se
supone que tengo que andar por el mundo con la misma barba, la misma ropa y la
misma cara que tenía cuando me sacaron la foto para el puto pasaporte, que
poder entrar en este puto país? Y tampoco soy una sola persona, ¿quién dice ahí
que soy? Dice Gustavo Ng, ¿y usted piensa que Gustavo Ng es una sola persona?
Fíjese que no, que soy uno para mi ex esposa, otro para tal amigo, otro para
tal funcionario del Estado, otro para el bicicletero. Y usted no tiene idea de
quién soy, ni la tendría si yo llegara con barba.
Cuestión que me
llevaron aparte, casi no me dejan entrar, etc.
Todo culpa de que
iba en el avión pensando en una charla que tuve con mi amiga Fernanda. Pensamos
que la individualidad, el yo, es una fantasía casi imposible de sostener. Si
nos apuran, pensamos directamente que el yo es una falacia.
Uno tiene muchas
distancias con cada persona con quien se relaciona. Resultaría interesante decidir
qué distancia usar en cada circunstancia.
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