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miércoles, 17 de agosto de 2016

Martín, titán entre titanes



Empecé miles de proyectos, y siempre terminaron en nada.
En cambio, los proyectos que haga con otras personas, nacen. Algunos son cortos, o medio cachivaches, como otros son formidables, pero caminan.
Me reprocho duramente no poder llevar a cabo una idea solo. Me siento un fracasado, un dependiente, un debilucho.
Pero con el tiempo, estoy de acuerdo con que las cosas sean así.
Ese mito del héroe solitario, Rambo, Moisés o Hemingway, me parece un tanto berreta.
Más que San Martín, me gusta Martín Karadagián.
















martes, 16 de agosto de 2016

En el aire

Acompaño hasta el Aeropuerto de Ezeiza a una amiga que se va a México. 
Los dos solos. 
Ella contenta porque uno la acompaña. 
Es largo, el viaje a Ezeiza. 
Hay tiempo para charlar. Contarse cosas. 
Le cuento que cuando tenía 19 años, a veces me tomaba un colectivo de línea hasta ese aeropuerto. Tardaba como tres horas. Pero uno era joven. El tiempo rebalsaba por todas partes. 
¿Y para qué iba?
¡Qué paseo!
Me gustaba. 
Charlamos, solos entre tanta gente. Tomamos una cerveza.
Al fina, la amiga se va. 
Deseo que sea feliz, en México. Deseo que tenga una buena vida. 
Cuando ya se ha perdido por una puerta con policías, me dispongo a tomar el transfer para regresar al centro de Buenos Aires. 
Pero tengo un arranque. 
Busco otro camino. Necesito andar. La amiga se va, no es un momento como cualquiera. Necesito hacer algo, no sé qué. Regresaría caminando. 
Mejor aún, encuentro un colectivo que me lleva a una estación de tren remota. Allí podré tomar el tren a Constitución. 
Andaré por barrios que nunca conocí. Que no podré ver, a esta hora de la noche. Lugares cuyos nombres no aparecen en el diario. 
¿Cuánto voy a tardar?
No sé, una vida. 
Una vida para regresar a mi casa. 
Ando mucho. El colectivo vacío. Las calles sucias. Las casas pobres. Tomo un tren frío, con algunos pasajeros perdidos. Van como troncos en la semipenumbra. 
Pasan las estaciones, todas iguales. Todas desiertas. 
Llego a Constitución a media noche. 
Conozco a Karen y a Facundo en un puesto de comida solitario. 
Tienen la cumbia fuerte. 
Les compro un pancho. 
Charlamos. Se ríen. 
Los dejo. 
Sigo camino. 
Mi amiga ya debe estar en el aire.



sábado, 13 de agosto de 2016

Friends


¿Viste cuando le decís a un amigo que te presente a su hermana? Quizás te gusta tu amigo.
¿Viste cuando tu amiga de repente está saliendo con el chico que vos le dijiste que te gustaba? Quizás le gustás a tu amiga -te envidia, claro, ¿y quién dijo que envidiar a alguien es diferente a que te guste ese alguien, por lo que es, lo que tiene, etc.?
¿Viste cuando te gusta la hermana de tu novia? Quizás te gusta tu novia -y tenés problemas con que te guste.

¿Viste cuando tu ex novia se metió con tu mejor amigo? Quizás a tu ex novia y a tu amigo les gustás. 





Déjenlos que aprendan


La Educación tiene un valor sagrado en Argentina.
Por un lado a todos los argentinos nos resulta obvio que es indispensable educar a cada persona para que toda la sociedad viva mejor, pero por otro, la Educación tiene algo de fetiche.

Tiene poder mágico. 
La Educación está en el cimiento de la Nación. No habría habido Nación sin el empuje titánico de Sarmiento, quién concibió genialmente que una Patria Argentina se forzaría en la ideología e instauró con una convicción y una fuerza descomunales un aparato ideológico del Estado tendiente a lo absoluto.
A ello concurrieron inmigrantes que traían la misma convicción, especialmente judíos de Rusia. Su trabajo fue también enorme.
Sin esta Fe en la Educación no hay Argentina.
La Educación es el agente de la Civilización, que necesita para existir a los niños y a los Bárbaros.
La Barbarie tuvo un fuerte avance en los 90 y arremete hoy notablemente, desde la impunidad de los señoritos de la oligarquía en el poder.
Resulta interesante que los gobiernos populistas, estigmatizados con "libros no, alpargatas sí", son los que más han contribuido a la educación.
También resulta interesante que Sarmiento fuera un autodidacta.
La Educación que yo he conocido era ante todo un mandato. Que tenía mucha presión para que fuera cumplido.
Consideraba a los niños y a los bárbaros criaturas que por definición se resisten a ser educadas.
No ignoro los universos de discusión que hay en torno a este tema, sólo me refiero a la concepción subyacente en quienes toman decisiones, aún cuando esos decisores han protagonizado, o incluso iniciado, los debates más profundos en torno a la educación.
Instigado por este fetichismo de la educación, me he pasado en la vida reprochándole a mi padre que no me hubiera enseñado el idioma cantones, que era su lengua materna.
La posición invariable de mi padre fue no concederme lo que yo le exigía.
Más allá del tema de la generosidad de mi padre, lo cierto es que su negativa produjo en mi el impulso por ir a tomar la herencia que sentí que me correspondía.
Pienso en Prometeo y su gesta de robar el fuego de los dioses.
Pero no tiene por qué ser una gesta heroica, y seguramente si mi padre me hubiera dado el fuego, me habría ahorrado años de orfandad peregrina y hoy estaría en mejor posición social.
No digo que el mejor camino sea el del autodidacta, sólo pienso que el aparato educativo podría dejarle un poco de lugar a la mística que mueve a los alumnos a saber hacer, apropiarse de ciertos conocimientos y entrenar capacidades.








jueves, 11 de agosto de 2016

Un señor de gorro colorido


Hace dos minutos voy bajando la escalera hacia el andén del subte, escucho que llega un tren, abre las puertas y, como voy atrasadísimo, me lanzo escaleras abajo, empiezo a esquivar gente como un rugbier, ya en el andén grito un “¡¡¡¡¡PERMISOOOOO!!!!!“ desaforado para que todos se aparten y me mando al vagón cuando ya las puertas largaron ese golpe con que se cierran.
Consigo meterme, pero como entré como una bala, no puede frenar y me llevé puesto a un fulano. 
Era un tipo de unos 60 años.
Llevaba jeans y todo lo demás, lana... Incluso, un gorro de lana de muy vistosos colores.
Tenía unos anteojos negros que le abarcaban la mitad de la cara, quizás un poco más.
Lo abracé como si fuera mi mamá que resucitó, mientras le pedía mil disculpas, mil disculpas, mil disculpas.
El me sonrió bonachón, y me dijo “está bien quédate tranquilo, quédate tranquilo”.
Era interesante que tenía un aliento a porro maravilloso.
Ese hálito verde, un poco a tierra, dulzón, tan característico.
Parecía que hubiera estado masticando un kilo de porro por día los últimos cinco días.
En fin.
Y acá lo tengo al lado, ahora. Dándome charla.
Dice cualquier cosa.




domingo, 7 de agosto de 2016

Los únicos privilegiados son los bárbaros


Son ignorantes y están orgullosos de serlo.
Conocen el daño que causa su brutalidad y gozan con ello.
Disfrutan la impunidad de su analfabetismo.
Y no son los bárbaros, sino exactamente la crema de la Civilización.
Son los que tienen fortunas en cuentas en paraísos fiscales, los que siempre fueron dueños locales del país, los que estudiaron en universidades privadas, los que vivieron toda su vida apartados de la gente.
Hoy tienen las llaves de la economía argentina y las fuerzas de represión, y se las entregan con naturalidad a los que están encima de ellos.
En su cabeza conciben un Orden. No necesitan saber mucho para decidir que debe imponerse de nuevo la Normalidad que tienen en la cabeza, en que su clase hace lo que se le antoja a su favor y el resto es mantenido en su lugar, el lugar del que "no han sabido salir", el lugar "al que están destinados".

Aunque se queje por las molestias que le causa, la mayoría de ese resto, casi toda la sociedad, aprueba la vuelta al Orden.
La Barbarie es feliz puesta de rodillas por una caterva de perversos.
Mientras unos pocos se escandalizan por la ignorancia de los gobernantes, la mayoría la acepta porque ve en ella la comprobación de que no son políticos tradicionales, o sea, que son gente como uno, pero que se toma el compromiso por la Argentina en serio, y entonces se ponen al frente, haciéndose cargo del Gobierno.
Los gobernantes repiten "estamos aprendiendo".
Y la frase funciona.









Entre la cocina y la calle

Dice Hebe de Bonafini a Página 12, en la semana en que un juez mandó apresarla y la reacción de militantes de derechos humanos lo impidió: 


Si el juez viene a la casa de las Madres, lo vamos a recibir. Nosotras nunca le cerramos la puerta ni a los allanamientos. Muchas veces nos allanaron pero como no tenemos nada que ocultar…En el primer allanamiento que tuvimos por lo de Schoklender vino cualquier cantidad de milicos. Las Madres vinieron también y les dije: “Ustedes no se asusten porque no tenemos nada que ocultar, que abran todos los muebles, que revisen todo y nosotras nos quedamos sentadas en la cocina”. 

Yo a los diez días que llevaron a mi hijo, que me avisaron que hacía diez días que lo torturaban, fui a la comisaría 5 porque el juez no quiso ir. El juez Aramo, de La Plata, me dijo “señora usted está loca’. Yo me fui como una loca verdaderamente, entré a la comisaría, no me pudieron agarrar, me dieron una paliza, llovía a baldes, y me tiraron a la calle. Me quedé llorando arriba de las piedras, yo no pensaba en mí, pensaba en mi hijo que estaba adentro. Cuando hice esta presentación, pensaba en eso, pensaba en mis hijos, pensaba en cuánta gente tiene que darse cuenta cuánto poder tenemos para hacer las cosas que queremos y que sentimos que debemos hacer. No nos podemos quedar sentados diciendo “Ay, qué mal que nos va. Ay, me echaron del trabajo”. No compañeros, hay muchas cosas: no romper nada, no tirar nada, no ser provocadores, Ellos lo que están buscando es un muerto. Yo tenía terror el otro día, pensaba “¿Qué quieren? Que un pibe se rebele y le metan un tiro en la cabeza”.


 A nosotras muchas veces nos llevaban presas y nos ponían con un muerto en una celda, un muerto con olor, que sabíamos que era uno de los nuestros, para asustarnos y que no saliéramos más ¿De qué nos vamos a asustar ahora?, ¿de qué nos lleven presas?