(Fragmento de la
ópera Ariosto Haeckl, de Márcio da Silvia Borges)
(…)
Padre: Ariosto, tu padre no vivirá mucho más tiempo. Tienes que escucharme, y
recordar estas palabras. En el futuro será tu mente, con su memoria, que me
harán revivir al repetirte lo que te diré.
Ariosto: Nada recuerdo claramente, Padre.
Padre: No tenemos otra solución. Intenta recordar, hijo querido de mi corazón. Las
demás personas mal comprenden que eres como un idiota que nació muy
inteligente. Te tratan como un igual, pero no lo eres. Pareces un igual porque
Dios te dio, con la rareza, la capacidad de igualar a los demás, pero eres como
un pez entre los perros. Has sabido convertir tus escamas en pelos y tu
silencio en ladrido, pero tu naturaleza es la del pez.
Ariosto: Ya no sufro…
Padre: Eres muy valiente, Ariosto.
Ariosto: ¿Cuál es tu consejo, Padre?
Padre: Cuando elijas una mujer para casarte, debes elegir una que conozca tu
verdadera naturaleza. Busca quien entienda que ves más allá del mundo, pero no
ves el mundo. Busca alguien que florezca con tus palabras más de lo que padezca
tu cortedad mundana. No la vas a hallar fácilmente, porque una mujer necesita
un hombre que sepa cazar para alimentar a su familia y que sepa protegerla, y
tú no puedes hacer nada de eso. Muchas veces vas a perder toda esperanza, al
encontrar la certeza de que no darás con esa mujer. Y quizás tengas razón. Pero
aún así no debes perder las esperanzas, porque si lo hicieras, entonces te
casarías prometiendo lo que no podrás dar, y entonces harías infeliz a la mujer
y a ti mismo. Debes mantenerte firme en tu debilidad. Asume que eres un inútil
en aquello que el más silvestre de los hombres es un campeón. Naciste así.
Ariosto: Lo sé. Maldigo al Dios que hizo esto de mí…
Padre: Sí, tienes razón. Yo lo maldigo también, y espero que al morir me lleve el
Demonio, porque no quiero verle la cara. Él es el verdadero demonio… Pero
también debes pensar que hay algo mágico en ti. Algo que no se halla en todo el
Universo. Es esa mirada que tienes, que todo lo traspasa, que ve lo que nadie
ve, que te da la vida a ti y que hace brotar la vida allí donde una buena
tierra la aloja. Dios, que te ha castigado miserablemente, por otro lado, te ha
dado una gota de su sangre. La mujer que te elija debe ver esto en ti. Eres
algo maravilloso envuelto en harapos inmundos.
(…)
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