Páginas

jueves, 28 de septiembre de 2017

Mariano y Clarita en la cama



Mariano sintió en Clarita la mayor dulzura en una mujer. Jamás se había sentido así. Envuelto en la calidez más exquisita. Adormecido de felicidad. Ella estaba fascinada por él, asombrada con la vida que él se había construido, encantada con la energía que desplegaba. Era su fan, lo apoyaba en todo. Mariano era feliz, y Clarita estaba exultante.
Pero (¿siempre tiene que haber un pero?), pero Clarita era Clarita y Juano, su hijito. Y no era sin los chicos. Cuando luego de un prudente período de varios meses, Mariano fue a dormir a la casa de Clarita, en medio de la noche Mariano sintió unas sacudidas en la cama: Juano se había metido. Y se acomdó para quedarse a dormir entre Clarita y él. Mariano miró con espanto a Clarita y ella le devolvió una sonrisa tranquila, amable e infinitamente satisfecha.
— ¿Cómo pudo ser —decía Mariano—, después de tanta intimidad que tuvimos, después de tanto que charlamos y charlamos, que fuéramos dos completos extraños? ¿Cómo no le transmití, cómo ella no entendió, que me interesaba ella, no su ella con su hijo? ¿Cómo le pareció normal que yo estuviera acostado en la misma cama con su hijo? ¿Cómo se puede estar tan enamorado de alguien y a la vez ser tan completos extraños?




No hay comentarios:

Publicar un comentario