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martes, 23 de enero de 2018

La lluvia en Buenos Aires


Hoy me desperté recordando el bar de Buenos Aires donde nos refugiamos de la lluvia. Nos pusimos de novios en ese momento. No había nadie más, el lugar era oscuro, era como si estuviéramos en otro país, un país con el que se sueña. Yo te toqué los dedos, vos aceptaste como si fuera la primera vez que te tocaras los dedos con alguien, y quizás lo fue, y después cuando salimos nos besamos abajo de un balcón para no mojarnos, y lo mismo nos mojábamos pero nos besamos y nos seguimos besando, sabiendo plenamente, teniendo plena conciencia de que sería el comienzo de algo verdadero, en lo que pondríamos todo lo que éramos,  porque estábamos plenamente enamorados. 
Eso fue lo primero que pensé esta mañana cuando desperté, como si hubiera soñado toda la noche con aquella noche de hace seis años. Las sábanas revueltas eran la imagen de una tormenta congelada en el mar. Busqué el perfume de Renata, lo encontré, confirmé lo que había sentido, que era el perfume profundo de Nápoles. Nos divirtió contar que hacía 24 horas que estábamos haciendo el amor, besándonos, penetrándonos, mirándonos, llorando, mordiéndonos, abrazándonos, contándonos cosas que recordaríamos para siempre, porque nunca más nos veríamos. 
Dejé la cama deshecha, una almohada tirada en el piso, las sábanas retorcidas, unas ropas mezcladas; quise encontrarla así al final del día, cuando volviera del trabajo. Me entregué a esa melancolía, a tener pena de mí. Fue maravilloso y dulce y triste lo que hicimos con Renata, y aún la cama está deshecha, y todo eso me hizo despertar en aquella lluvia. 

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