Le detallé a mi novia cada uno de los daños horribles que el
sobrepeso me estaba causando. Ella, amable, intentó contenerme. Pero al otro
día la desperté diciéndole que estaba seguro que tenía cáncer de piel, por un
lunar en la espalda.
Y al día siguiente, cuando me preguntó cómo estaba, sin
mucha mediación, le dije lo que había estado pensando, entendiendo,
corroborando durante toda la noche: “tengo cáncer de pulmón“.
Yo estaba pasando por un túnel muy oscuro. A veces cuando
caminás no podés evitar ciertos lugares. En unos pocos días fui testigo del
ocaso de mi padre, mi tío acababa de morir, poco después mi amigo más joven que
yo, enfermó. Todo esto me provocó un ánimo pesado, deprimido y violento. Cada
tanto, me venían pensamientos muy cargados de significado y a la vez insoportables.
Eran, también, adecuados a mi vocación de llegar hasta los límites, rasgar los
límites, hundir el brazo en el agua negra y capturar algo de alguna de las
fuerzas que inciden sobre esta vida. Cuando vuelvo a mi lugar con una criatura
en el puño, esa criatura me arde, necesito desesperadamente hacer algo con
ella. Estoy hecho para digerir hablando. En la conversación con los demás está
la posibilidad de procesar, incluso sacar provecho, de algo que, si me lo
guardo o si no puedo hablarlo, me infectará de alienación.
En esto se basa mi desesperación por poder contar qué estoy
viviendo, el extraño molusco que ha brotado dentro de mí, qué ruidos
perturbadores estoy escuchando en la habitación del fondo. Si no puedo decir lo
que me pasa, si nadie puede recibirlo, me volveré loco.
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