En un documental sobre los chimpancés el guionista hacía
mucho énfasis en la capacidad de socialización.
Algunos individuos la tenían anulada, la capacidad de otros
llegaba a dinamizar toda su sociedad.
Me indujo a concebir un órgano, como el hígado o el corazón,
que tiene la función de socializar. Pensé que cualquier persona puede
enfermarse de ese órgano y entonces pensé en las señoras de los gatos y en los
crotos que andan viviendo abajo de los puentes llenos de perros. También en la
eficacia de las terapias para autistas y otros que usan animales.
Cuando mi tía Tita se vino abajo, después de tres derrames
cerebrales, y se quedó en la cama para siempre, mi madre, que la cuidó hasta el
final, le llevó un loro. Lo puso en la ventana. Mi tía, que era malísima, lo
miraba todo el día en paz y sonreía cuando el loro charloteaba y cantaba
canciones que le enseñaba mi madre, como “zero tre zero tre quattro cinque e
sei”.
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