Un japonés sacado se dió una hostia con la moto. A lo fiero que era le agregó un ojo siempre abierto, un cachete triturado, pozos y tajos. Podía hacer una infinidad de cosas con sus cicatrices, desde ignorarlas (difícil) o avergonzarse, hasta asumirlas invistiéndose de ellas, que es lo que hizo. Pasó interminables horas frente al espejo, hasta que las cicatrices fueron parte de él hasta que él perteneció a las cicatrices, hasta que él fue esas cicatrices feroces. Después de todo, era un japonés sacado.
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