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miércoles, 15 de mayo de 2019

Ester


Vivíamos todos en la misma casa.
Yo observaba a mi tía Ester. Todos tenían grandes personalidades y ella pasaba desapercibida. Nada de lo que hacía era para que los demás lo notaran. A la mañana se levantaba temprano, iba sola a la cocina, se hacía un mate y tomaba. Tomaba sola. No muchos mates, cuatro o cinco. Chupaba de la bombilla un poco abstraída, mirando por la ventana de la cocina. Un día fui a ver, para averiguar qué era lo que ella observaba, y no encontré nada interesante. Un pedazo del patio, el gallinero, más allá el campo. Lo interesante era dónde ella tenía la mente.
Muchos años después, cuando yo vivía solo en una ciudad muy lejana de aquella casa del campo, en un pequeño departamento muy oscuro, de techo muy alto, en un país en el que casi nunca había sol, me acostumbré a encontrar cada mañana al levantarme, un vaso con agua en mi escritorio. Las primeras veces me desconcertó, trataba de recordar en qué momento me había despertado de noche y llevado un vaso hasta ahí, intentaba recordar las circunstancias, qué había hecho, si había hecho alguna otra cosa. Me preocupaba no recordar nada. Entonces, un día se me ocurrió que quizás era mi tía Ester. Verla sentada en mi escritorio con el vaso en la mano me parece mucho más real que mi vida en aquella ciudad.


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