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lunes, 9 de septiembre de 2019

Delirante Silvina


Mi amiga Silvina ha perdido, en su práctica del psicoanálisis, toda chaveta.
No sé si tenía muchas, pero les aseguro que no le queda ninguna.
Hace cualquier cosa, dice cualquier cosa.
Es como una bruja de Castaneda, o el ejemplo más extremo que Lacan no se atrevió a concebir.
Es la persona más impredecible que conozco. Es un peligro y una bendición.
Observándola, tratando de encontrar en el caos en que se ha convertido, un patrón, descubrí que, así como el pibe de The Matrix en un momento ve todo negro con simbolitos verdes luminosos que llueven, así como los perros tienen en la cabeza una realidad olfativa en lugar de visual, Silvina no ve lo que vemos los demás, sino que ve deseos.
No ve en mí si estoy mal vestido, o si bajé de peso, o si tengo por sombrero una tararira que recién pesqué: lo que ve son mis deseos. Los diferentes deseos, qué sistemas forman, cómo se contradicen, qué intensidades tienen, cómo se enredan o entran en guerra con los de otros, cómo están vivos.
Es como si tuviera unos anteojos que le permiten ver deseos como personas, como criaturas.
Al cabo de estar un rato junto a ella, puedo comenzar a ver un poquito como ella.
Asusta un poco, pero es un asunto bastante maravilloso.
Probá.








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