Conocí a Mrs. Riley en su estancia en Santa Cruz. Su familia
había decaído. Sólo conservaban unas hectáreas y habían convertido el casco en
un hotel, que ella atendía personalmente. En una cena nos dijo que “en un punto
la ropa siempre debe incomodar. Es para recordarnos que existen los demás, o
sea, que no debemos perder el decoro”.
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