Hay un principio
de no injerencia en los asuntos internos de otros y hay otro principio de
solidaridad, que se materializa en la intervención cuando un fuerte abusa de un
débil.
Podrían ser
principios contradictorios.
Quizás un Estado deba
tomar posiciones conjugando el antagonismo.
El recibimiento en
1980 de Deng Xiapoing al genocida Jorge Rafael Videla, cabeza de serpiente de la
dictadura militar establecida en Argentina en 1976, resulta indigerible, por
mucho que celebremos el respeto de China por lo que pasa en el interior de los
países con los que hace negocios.
Luego, a aquellos
chinos que viven en Argentina y se plantan como fascistas, les recordaríamos
que Videla, lo mismo que el resto de los golpistas y también de los elegidos en
el marco de la ley, que gobernaron para la oligarquía local, son la misma
calaña que la Revolución encabezada por Mao le sacó de encima al Pueblo chino.
O sea, que no
festejen que en otros países manden los que ellos echaron a patadas por explotadores,
abusadores y parásitos violentos.
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