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lunes, 4 de noviembre de 2019

La etiqueta y el bosque

Es posible hacer el ejercicio de sacarse los anteojos que ven fascistas y ponerse los que ven fascismo. 
Cambiar los anteojos que ven compañeros por los que ven compañerismo. 
Los que ven conchetos por los que ven aspiración. 
Los que ven odiadores por los que ven odio. 
Los que ven peronistas por los que ven peronismo. 
Los que ven burgueses por los que ven en una persona egoísmo, consumismo, pretensión de clase alta, aborrecimiento de los pobres. 
En vez de ver autoritarios, podemos en cambio ver una dosis de placer por el poder.
Donde se etiqueta a alguien como machista, ver la vocación por el abuso.
En quien se ve un santo, ver el brillo de la santidad.
En quien se clasifica como honesto, ver el protagonismo de la honestidad.
Aceptar que quien se tiene la satisfacción de tildar como traidor, es también habitado por cierta lealtad.
Es el ejercicio de ver dosis, en lugar de etiquetas.
De ver adjetivos (o mejor, verbos) en lugar de sustantivos.
Ver ingredientes en lugar de elementos puros. 
Es trabajoso, es enojoso, es complicado, pero se ajusta más a la realidad comprender que una persona está compuesta por una gran cantidad de componentes.
Son fuerzas, convicciones, deseos, estructuras, que están en la sociedad y que habitan cada individuo.
Esos elementos que atraviesan los individuos se conjugan entre sí, se contradicen, se mezclan, se eliminan, se relacionan de infinitas formas.
Quizás sea mejor tratar con la bondad que habita a alguien, antes que tratar con un bondadoso. 
Con el deleite por ser superior que domina a alguien que con un burgués.
Etcétera.








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