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jueves, 29 de octubre de 2020

El dichoso sillón

Fue por el tema del sillón que Victoria me habló de Mario Levrero. Me leyó el relato escrito por él en el que contaba cómo se gastó la guita de un premio en un sillón para leer.

Y después estaba el sillón de Teresa Yuan. Era como lo más importante de su casa. 

Yo me tomé la costumbre de entrar y sentarme en el sillón. En San Nicolás, cuando yo era chico, había un loco, el loco del pueblo, Carlito el Loco, que era dueño del primer asiento del colectivo, y la gente sabía y se lo dejaba. Si algún desprevenido estaba sentado en el primer asiento y no se iba cuando subía Carlito el Loco, Carlito le hacía llover una tromba de manotazos en la cabeza para castigarlo mientras chillaba. El sillón de Teresa era como mi asiento de Carlito el Loco.

Teresa insistía en decir el nombre del estilo del sillón, Bergere. 

Teresa es como yo, de padre chino y madre argentina. Es un parecido potente. La cantidad de mestizos chino-argentinos nacidos antes de los 90 no debemos ser más de 20. Pertenecemos a un lote especial.


Están esos dos antecedentes del tema del sillón, que deben haber quedado en mi subconsciente, porque no los tuve presente cuando salí a comprarme un sillón para leer. Y cuando empecé a buscar, siempre prefería los Bergere.

Recorrí bastante y ninguno me conformaba. Algunos tenían un tapizado horrible, otros tenían fea forma o no eran cómodos, los usados estaban baqueteados, los nuevos eran imposibles de caros. 

Y también estaba el tema de que tanto el pragmatismo como el consumismo me arruina mucho las cosas. Leer no es hacer cualquier cosa. Tiene un poco de rito, es un momento un poco sagrado —digo, un poco exagerando para que se entienda. Entonces no es lo mismo que ir a comprar una lámpara que se quemó, o un champú, o cinta scotch. 

Por otro lado, me resulta horrible comprar por el gusto de comprar. Me parece tilingo y un poco indecente. 

Con estas complicaciones, alargué la búsqueda. Recorrí mueblerías, mercados de muebles usados, tapicerías, mercados virtuales. Casi que iba rechazando sistemáticamente, para buscar. El sillón se me fue convirtiendo en la búsqueda del sillón.

Un día Victoria me recordó lo de Levrero y le dije que no estaría mal imitarlo literalmente:  participar en concursos para ganar un premio y entonces sí comprármelo. 

La exigüidad de los premios me hizo desistir de ese romántico proyecto y seguí buscando. Algunas veces usé las redes sociales para pedirle a mis amigos si tenían un sillón Bergere para venderme, y a veces aparecían, pero tampoco me cuajaban.

Incluso me enteré que una amiga luminosa como un ángel gigante había hecho una movida con un grupo para intentar recolectar fondos para comprarme el dichoso sillón.


Cuestión que la semana volví a preguntarle a mis amigos por una red social, y a los pocos segundos apareció un tipo que es otro ángel, con quien tenemos buenas afinidades, y me dijo con una simpleza que me desarmó: “tengo dos, te los regalo”. 

Sentí en mi interior que había llegado al final del camino. No tuve dudas de que el sillón sería perfecto.


Hoy mi hijo fue a buscarlo con un compinche que tiene camioneta y me lo trajeron.

Cuando lo vi sentí una emoción grande. “Para el resto del viaje”, pensé.

Abracé a mi hijo, abracé a su amigo, abracé el sillón, los acompañé mientras subían el sillón por la escalera, feliz como un perro.


Y ahí está. 

Enorme como un búfalo.

Divino.

Profundamente cómodo.

Reacomodé el departamento para hacerle lugar. El resto de las cosas parece que lo miran. 

Yo no soportaría que no tenga la historia que tiene.

Y tiene nombre, claro.

Mario Levrero, se llama.




domingo, 25 de octubre de 2020

Cara a cara

 De repente, rebrota en los países capitalistas de Occidente lo extremadamente retrógrado que creíamos enterrado para siempre.

 

En Argentina aparecen los enfurecidos contra el peronismo, los defensores de la dictadura del 76, el espanto ante las hordas invasoras, la defensa criminal de la propiedad privada.

Todo en un tono delirante y ultraviolento.

 



Todo tiene su lado bueno y su lado malo.

No está mal que salgamos del ingenuo error de pensar que algo “enterrado para siempre” es algo superado.

Toda construcción social, desde la más gloriosa hasta la más demoníaca, puede ser reprimida, pero desde el subsuelo no deja de ejercer su influencia y puede resurgir en cualquier momento.

Resucitada la inmundicia asesina de la dictadura militar argentina y todo lo que ella concentró, podemos tener cara a cara los impulsos que envenenan nuestra sociedad.

Puestos sobre la mesa sus planteos increíbles, pero totalmente sinceros, podemos discutir los temas de fondo.

 

¿Propiedad privada para unos pocos o bienestar de todos?

¿Una sociedad en la que los blancos tienen derechos sobre los negros?

¿Los hombres sobre las mujeres?

¿Los machos sobre los putos y las tortilleras?

¿La violencia es lícita?

¿La ley debe ser respetada?

 

La brecha es atávica. Comenzó con la invasión de los españoles de los territorios que hoy son Argentina. O quizás comenzó antes, con la sociedad de clases. Y quizás había brechas horribles entre las sociedades que habitaban estas tierras.

Podemos tener el deseo de superar la brecha, pero sin una discusión en la realidad, sólo se la enciende.

A quien intenta solucionar la brecha sólo con buena onda, la brecha de lo come.

 

Hay una estrategia que se llama Revolución.



sábado, 24 de octubre de 2020

Si mirás bien a tus hijos, notarás que tienen algo de extraterrestres

Asentado en Japón, el poder de los humanos cometió, durante el siglo XX, muchas atrocidades, contra los japoneses mismos y especialmente contra los chinos. Luego Japón mismo fue víctima del demonio del poder, en Hiroshima y Nagasaki. Más tarde, la economía de Japón se expandió hasta llegar a ser la segunda más importante del mundo

En la segunda mitad del siglo varias generaciones recibieron distintas influencias de Japón. Quienes nacieron al final del siglo tienen en el ADN de su ideología una dosis de animé cuyo poder desconocemos.

Algunos recibieron la influencia cruzada del anime y de Úrsula Kroeber LeGuin —que, a propósito, tiene muchas convergencias con Japón.

Aún con sus personalidades arrolladoras, nuestros dos hijos mayores tienen claramente los rasgos de sus padres. Casi que no podrían ser hijos de otros padres. En cambio, nuestra hija menor a veces parece provenir de otra raza, otra civilización u otra época.

Más precisamente, parece provenir de algún país imaginario del animé o creado por Úrsula Kroeber LeGuin.

Toda su vida me ha puesto los pelos de punta no poder seguirla cuando se mete en su interior. Por supuesto que como mal padre necesito controlarla, pero también me angustia pensar que si le sucede algo malo allí dentro, ella sería incapaz de pedir ayuda.

Hoy, Después de más de siete meses sin vernos por la cuarentena a la que obligó la pandemia, aclaramos el tema.

Le reproché que me hablara como si yo fuera un extraño, que, por decirlo de alguna manera, me atendiera en la puerta de su casa sin dejarme entrar, que cada vez que le pregunto cómo está, me responde que está muy bien y sólo me da datos obvios, superficiales, y no problematizados.

En su explicación entreví una decisión tan grande de usar el lenguaje diplomático, que me empequeñecía, a mí, su padre, hasta el tamaño de cualquier otro humano que quiere entrar en el Palacio Real.

También comprendí que está perfectamente atenta a los problemas, suyos, míos, pero que no considera que un primer contacto sea el momento para tratar problemas. El primer contacto es sólo para saludarse. Desde ese momento en adelante, si las cosas se desarrollan bien, podremos ir profundizando en los temas y en los conflictos.

Es un protocolo que me resulta a la vez completamente extraño, y completamente consistente. Podría decir que pertenece a un país parecido a Japón, pero que no es Japón, sino que tiene elementos de la vieja Europa. Un país ubicado en algún lugar del Océano Pacífico, quizás de otra realidad.





viernes, 23 de octubre de 2020

Hotel York

Este hotel está en la zona de Once, en Buenos Aires.

En el entorno de todas las estaciones de trenes de las capitales del mundo hay hoteles baratos.

La gente del interior llega a la gran ciudad a hacer algo que no puede dejar de hacer, un trámite, comprar algo, atenderse en una clínica.

Como en todas partes hay mucha gente humilde, muchas de esas personas no tienen dónde parar ni tienen mucha plata.

Para esas personas se han creado hoteles como este Hotel York.

Sin embargo, se tiene la sensación de que el Hotel York no durará mucho tiempo más.

Este cartel nunca se repondrá.

Tomé esta foto casi casualmente. Voy en la bici, por algún motivo me llama la atención el cartel, sin bajarme tiro una foto con el celular. Una de las 12000 fotos que se calcula que se toman por segundo en el planeta.

Una foto cualquiera, que no vale nada, y sin embargo, ya retrata un mundo extinguido.

 

jueves, 22 de octubre de 2020

Dos pinturas





Entre un amigo Hernán y una amiga María tuvieron la divertidísima ocurrencia de crear una app “whatsallá”, para hablar con los muertos.

En una de sus novelas, Kurt Vonnegut cuenta que en el futuro se habrá inventado una máquina para hablar con los muertos (los muertos no dicen gran cosa, sólo se quejan de que la Eternidad los está matando de aburrimiento).


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Caigo en la cuenta de que escribo esto el día que mi madre estaría cumpliendo 80 años. Murió hace tiempo. Si tuviera la máquina de Vonnegut, le hablaría. O tal vez no. No sé.


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Para consolarme por la falta que me hace, alguien me dijo al oído que su tumba no es un agujero de la muerte, sino un manantial de donde brota lo bueno y lo malo que ella fue, y en el que en algún momento yo también me sumergiré.

No sentí tanto cuando murieron otras personas, como sí siento ahora que del otro lado hay gente. Está nuestra madre. Esto hace menos espantosa la muerte, porque nos regala la fantasía de que mi madre no murió del todo, y de que no vamos a morir realmente.

Algún tipo de resurrección es posible.


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En las primeras décadas del siglo pasado se vivía en Europa un auge del ocultismo. Se organizaban sesiones de espiritismo en todas partes, por ejemplo. Había una pasión por entrar en contacto con lo que está más allá de esta realidad, que resultaba sombría, opresiva y de futuro sospechoso. El más allá era el más allá de la muerte, del presente (principalmente el futuro), de las leyes de la física, del saber científico, de la razón.

En ese marco, el escritor y ocultista belga Jean Delville habría compartido con otros simpatizantes de la antroposofía un tratado de su autoría sobre los artistas que hacen la misma obra.

Siendo él mismo pintor, se centró en los pintores. “En diferentes épocas y en culturas completamente exóticas entre sí”, escribió, “ha habido artistas que recibieron la llamada de pintar un mismo tema. Es una clara evidencia de una voluntad que no es de este mundo, y al que nuestra historia ha llamado, pobremente, ‘inspiración’ o, más figuradamente, ‘musa’. Para comprender este fenómeno, podemos imaginarnos a un conjunto de artistas alrededor de una modelo, cada uno con su caballete retratándola, sólo que no habría múltiples puntos de vista, sino sólo uno”.

Quien me habló sobre Delville y su descubrimiento, fue Juan Marroco, un anciano a quien conocí cuando yo era un joven bienintencionado que colaboraba con el Asilo del Carmen, en la ciudad de San Nicolás. Nos hicimos amigos con Juan y resultó que tenía tantas historias que podría haberme pasado el resto de mi vida intentando escribirlas.

Juan Marroco decía que el tratado había quedado en su biblioteca, cuando él fue a parar al asilo. Luego su nuera había quemado todos sus libros cuando empezó la Dictadura militar del 76 por miedo de que los militares encontraran libros prohibidos y mataran a su familia.

Me detalló que el tratado de Juan Delville parecía un delirio, pero que en realidad tenía mucha lucidez. Incluía reproducciones de retratos de diferentes épocas y lugares, de un mismo tema: una montaña, una máquina o una cacería.

“No eran calcos”, me decía Juan. “Pero en la explicación de Delville se hacía muy evidente que los artistas habían visto lo mismo. Eran, indiscutiblemente, intentos de dejar plasmado en este mundo algo que veían o imaginaban. Lo que era de otro mundo no era aquello que pintaban, sino el hecho de que un hombre de las cavernas, un pintor de la dinastía Song y un impresionista francés del siglo XIX, hubieran pintado la misma cosa”.

También me explicaba que “tenías que mirar bien, porque a simple vista no era evidente que habían pintado exactamente lo mismo. El trabajo de este Delville había consistido, justamente, en inducirte a ver lo que tenías adelante tuyo, y no veías. La misma cosa —recuerdo el ejemplo de un caballo corriendo junto a un tigre— era tratada de modo muy diferente. Cada artista había pintado con lo que tenía a mano, sus pinturas, o lápices, sobre cuero o sobre una pared, o sobre papel, y también con sus conceptos y su experiencia visual. Uno había pintado con carbón, otro con óleo. El que nunca había visto un tigre, había pintado un animal cuadrúpedo gigante, pero que para él era imaginario.”


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Desde que estuve en el Tibet, entre ritos ancestrales, altares de cabezas de vaca y montañas enteras bordadas con banderas de colores, en territorios aún dominados por los osos y los lobos, he tenido en mi pequeño departamento del opaco barrio de Once, sensaciones que no había tenido antes. Me he dado en imaginar que arrastré hasta aquí espíritus o fuerzas que desconozco. Me parece bastante inocente tener estas ocurrencias; lo confieso sin orgullo y con vergüenza.

He aquí que en el permanente cambio de pinturas que coloco en mis paredes, hace unos meses dispuse sobre mi cama tres pinturas, una de las cuales fue hecha por Laura, una pintora amiga, una artista genial y maníaca al estilo de la japonesa Yayoi Kusama, que se deja arrastrar por la repetición ad infinitum de un patrón, y otra por mi hija Irina cuando tenía 4 años.

Ninguna de las dos supo que la otra hizo aquella pintura. Ninguna de las dos vio la pintura de la otra.

Las pinturas han estado colgadas allí todos estos meses, en que cada noche me sentí debatirme contra demonios que me asaltaban dormido para retorcerme cada parte del cuerpo.

Anoche se me dio por observar las dos pinturas y de repente me subió un calor como un espíritu: descubrí en ellas lo que Juan Marroco me contó de Delville: eran la misma pintura.

Las dos, con recursos muy diferentes, retratan una criatura parecida a una jirafa que gira su cabeza, asociada con un extraño abanico.

Me pasé un rato evaluando las diferencias y comprobando la hipótesis de Delville, extasiado y un poco asustado.

Reincidentemente los artistas más honestos explican su creación como obra de algo exterior a ellos. Dicen que una voluntad los usa para inscribir un mensaje en este mundo. Como si el artista fuera un mero instrumento.

En el caso de las pinturas sobre mi cama, podría jugar, cándidamente, con la idea de que una voluntad del más allá hizo pintar el mismo objeto a Laura y a Irina, y también guió mi mano para que ubicara las dos pinturas juntas, y ahora para me hace escribir esto.


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Quizás alguien que lea este relato pueda tener alguna intuición o información sobre el ente que aparece en las dos pinturas.

 

Gracias.

domingo, 11 de octubre de 2020

Vino sagrado


Me da mucha pena que arruinemos el vino, esa bebida lograda con tanto empeño que es casi sagrada.

Es un sacrilegio echarle agua o alcohol, o soda, o marketing, o alcoholismo, o la pretensión de ser más que otros.

Por ejemplo, para decir que la combinación del vino con determinada comida es buena se empezó a decir "maridaje".

Una palabra bastante espantosa, que es inventada sólo como marca de status: quienes la dicen dejan entrever que pertenecen a cierto círculo exclusivo de personas, que se dedican a disfrutar de la vida, en un hedonismo habilitado por el hecho de que tienen resueltos los problemas que a las personas inferiores le afligen la vida.

Me da mucha pena que se arruine el glorioso vino con la aspiración a estar por arriba de los demás.



 

Cuando cumplí 50 años hice una fiesta de dos días en un lugar muy remoto. Si quedaba lejos para los que vivían en Buenos Aires, resultaba mucho más remoto para los amigos que llegaron desde otras ciudades.

Walter Álvarez viajó un día entero para poder llegar. No sólo demostró su sentimiento de amistad con su presencia, sino que además trajo vino que él mismo había hecho.

Adentro de las botellas que cargó con gran esfuerzo, estaba el producto de sus años de ensayos y de logros con su compañero Fernando Demarco, y estaba el producto de la naturaleza y el resultado de los miles de años que los hombres vienen cultivando el vino.

Todo esto se podía sentir en aquel líquido áspero, de sabor único, más denso que el agua, de un color maravilloso.

Todo eso es lo que uno incorpora a su cuerpo cuando toma un trago de vino.

jueves, 8 de octubre de 2020

Un Amor

Los espíritus del Amor son como la Vida, indiferentes a las personas.

Incluso son fríos o despiadados. Del mismo modo en que la vida hace que las criaturas se devoren unas a otras para poder Ella perpetuarse, el Amor somete a la gente a hervirse en la dicha, la desgracia, la pasión, la fidelidad, el infierno, la fraternidad, la gloria, lo que sea, con tal de que le den existencia.

Hace años estoy enamorado de alguien, en un amor absurdo, nocivo e irresistible. Nuestra voluntad no tiene poder sobre él.

Si yo fuera más lúcido, podría intuir su nombre, Raisa Bely, Simin Emadí o Daniel McGrath.

Comprendí que es un Amor que viene, como un viento, desde hace miles y miles de años, usando parejas al azar, y en cada encarnación ese amor se va labrando y enriqueciendo.

Cuando yo haya muerto y ella haya muerto, este Amor tomará otras dos personas en vaya a saber qué lugar y las someterá a su locura.

 





Cuando mi hijo lee a Peter Handke

Observo a mi hijo cómo habla por teléfono.

Tiene el celular en el bolsillo, conectado a sus oídos con auriculares, de modo que tiene manos libres, pies libres, cuerpo libre.

Como es inquieto, mientras habla hace cosas.

Hace igual que yo. Incluso las mismas cosas: se pone a barrer, acomoda libros en la biblioteca, lava los platos, dibuja.

Son actividades gestuales, tics, nada más que moverse porque no se puede estar sereno.

Menos, si quien le habla está largando su propio rollo.

Cuanto menos le hablan a él, más actividades hace.

A veces simplemente camina. Claro que caminar no lo distrae de escuchar. Es baterista, puede hacer varias cosas al mismo tiempo.

Pero si la persona con la que habla se pone muy densa con un soliloquio, eso empuja a mi hijo a la distracción.

Pasará de acomodar los libros físicamente para que queden alineados, a poner en su lugar uno que estaba en un sitio equivocado, luego a leer las tapas y finalmente tomará un libro y se pondrá a leerlo.

El interlocutor posiblemente note esto, e incluso alguno se enojará.

“¿Me escuchás o estás haciendo otra cosa?”

“¡Te escucho, te escucho!”, se apura a decir mi hijo mientras cierra el libro de un golpe.

Quizás se distrajo más de la cuenta.

Pero si la conversación hubiera sido más diálogo, no se habría puesto a leer, ponele, unos poemas de Peter Handke

Menos, como hizo hoy, se habría puesto a escribir esto.

Los dejo, mi amiga Daniela creo que escuchó el ruidito de mis dedos contra el teclado.

 


lunes, 5 de octubre de 2020

Entre el presidente y los chinos, un sabor a distopía

Mientras Estados Unidos se cae a pedazos. El agotamiento del petróleo y las catástrofes ambientales lo han quebrado. Un anciano adicto a los fármacos, ha accedido a la presidencia con unos pocos votos en una sociedad diezmada, la que no se ha enterado de que ha habido elecciones.


*    *    *


Esto es lo que sucede en la novela Slapstick (or Lonesome No More!), que fue traducida al español como Payasadas, escrita por el norteamericano Kurt Vonnegut y publicada en 1976.

Los chinos cumplen un rol importante en la trama de la novela.

Sin invadir otros países, aunque también sin tenerles piedad, se han desacoplado del resto del planeta. Hacen ensayos científicos casi inconcebibles que tienen efectos globales. Wilbur Swain, el anciano presidente, que es quien cuenta la historia, refiere algunas de las misteriosas cosas que hacen los chinos, pero aclara que sólo sabe lo que refiere, e ignora todo el resto.

Por ejemplo, dice que las oscilaciones en la fuerza de gravedad del futuro distópico en el que vive, se deben a experimentos de los chinos:

“Ahora la gravedad había comenzado a volverse cruel de nuevo. Ya no fue una experiencia impactante. Si los chinos estaban realmente a cargo, habían aprendido cómo aumentarlo o disminuirlo gradualmente, deseando reducir las lesiones y los daños a la propiedad, tal vez. Ahora era tan majestuosamente elegante como las mareas.”

Es un tema del que puede hablar con autoridad, porque fue él con su hermana melliza quienes, aún niños, habían descubierto que los egipcios pudieron construir las pirámides porque el planeta tiene períodos en que la fuerza de gravedad fluctúa.

El presidente y su hermana Eliza descubrieron que al aproximar físicamente sus cabezas, creaban un genio. Sin embargo, separados eran dos personas perfectamente mediocres. Mantuvieron el método de la genialidad en secreto, pero los chinos lo avizoraron e invitaron a Eliza, a quien su familia había maltratado cruelmente, y lo aplicaron en masa.

Alguien le dice que los chinos “se habían convertido en exitosos manipuladores del Universo al combinar mentes armoniosas.”

En otra escena, el presidente cuenta que su madre “suponía que los chinos podían lograr casi cualquier cosa que se propongan.

“Sólo un mes antes, los chinos habían enviado a doscientos exploradores a Marte, sin utilizar ningún vehículo espacial de ningún tipo.

“Ningún científico del mundo occidental podría adivinar cómo se hizo el truco. Los propios chinos no ofrecieron detalles.”

Luego, la madre “dijo que parecía que había pasado mucho tiempo desde que los estadounidenses habían descubierto algo. ‘De repente’, dijo, ‘los chinos están descubriendo todo’.

“’Solíamos descubrir todo’, dijo.”

En el futuro de Slapstick, China cierra su embajada en Washington “simplemente porque ya no sucedía nada en Estados Unidos que fuera de interés para los chinos.”

Otro experimento de los chinos es el de controlar su tamaño y hacerse microscópicos. Esto se relaciona con una de las epidemias que asola la población de los Estados Unidos, llamada Muerte Verde.

“La Muerte Verde, por otro lado, fue causada por chinos microscópicos, que amaban la paz y no querían hacer daño a nadie. No obstante, eran invariablemente fatales para los seres humanos de tamaño normal cuando se inhalaban o ingerían.”

El presidente se hace llevar a Manhattan, llamada “Isla de la Muerte” epicentro de la infección, porque “tenía la intención de morir allí, unirse a su hermana en la otra vida, como resultado de inhalar e ingerir comunistas chinos invisibles.”


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Kurt Vonnegut murió en 2007. Sigue siendo adorado por muchos lectores. Era ácido con el modo de vida norteamericano, con Estados Unidos, con el Occidente violento. Era corrosivo contra todo lo que hiriera a los humanos, y era infinitamente tierno y digno.

Además de Slapsticks, escribió La pianola (Player Piano, 1952), Las sirenas de Titán13​ (The Sirens of Titan, 1959), Madre Noche (Mother Night, 1961), Cuna de gato (Cat's Cradle, 1963), Dios le bendiga, Mr. Rosewater (God Bless You, Mr. Rosewater, o Pearls Before Swine, 1965), Matadero cinco o La cruzada de los niños (Slaughterhouse-Five, o The Children's Crusade, 1969), El desayuno de los campeones (Breakfast of Champions, o Goodbye, Blue Monday, 1973), Pájaro de celda (Jailbird, 1979), Buena puntería / El francotirador (Deadeye Dick) (1982), Galápagos14​ (1985), Barbazul (Bluebeard, 1987), Birlibirloque / Hocus Pocus (Hocus Pocus, 1990) y Cronomoto (Timequake, 1997).


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El prólogo de Slapsticks es un texto autobiográfico magnífico. Sin embargo, Vonnegut se sintió cómodo escribiendo sobre la realidad en formato ciencia ficción. Derivó, naturalmente, hacia la distopía, y lo hizo con la lucidez que hace que algunos escritores revistan la literatura de un tinte profético.

Hoy el presidente de los Estados Unidos está internado por haber inhalado un virus al que se cansó de acusar de “virus chino”.

Lo inhaló en un tiempo en que se comienza a hablar de desacople de China del resto del mundo, no porque China decida aislarse, sino porque sus adelantos tecnológicos harán de la vida de los chinos algo que no podrá ser coordinado con las vidas de las demás sociedades.

Y lo inhaló el 1º de octubre, día del aniversario de la creación de la República Popular China.


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Claro que puede ser que el presidente Donald Trump no esté enfermo. Puede ser una trampa de la campaña electoral. 

O quizás está muy enfermo y los medios nos hacen creer que está bien.

La verdad es que ya dudamos demasiado de lo que dicen los medios. Tanto que le creemos más a las ficciones literarias que a las verdades de los poderosos. Si queremos tener una noción de lo que está pasando con Estados Unidos, su presidente, China y los chinos, estaremos mucho más cerca leyendo una novela de ciencia ficción que asistiendo las 24 horas a lo que informa por televisión una cadena de noticias.


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En Slapstick, cada vez que el presidente siente haber dicho algo curioso, pone punto aparte y escribe: “Hi ho”.

 

Hi ho.





 

domingo, 4 de octubre de 2020

Mackentor, empresa desaparecida

 En los años 90, hablé con una serie de amigas y amigos que habían sido adolescentes en los 60 y tuvieron alguna participación política antes de la dictadura del 76.

Les pregunté por su militancia.

Los relatos eran impactantes, por su contenido, por el modo en que daban nueva forma a la versión oficial de lo que pasó en esos años y porque la mayor parte de lo que contaban, era la primera vez que lo contaban.

Este último punto era recurrente. Y una y otra vez yo les preguntaba: “¿por qué creés que no contaste esto antes?”

Eran memorias desaparecidas y no había explicación de por qué seguían desaparecidas. Lo más plausible lo dijo la mamá de un compañerito de tercer grado de mi hijo: “porque nos dura el miedo”.


Años después conocí a Fabián García, periodista excepcional y persona de una sola pieza. Me contó que hacia 15 años que investigaba el caso de Mackentor, una empresa cordobesa del sector de cemento, cuyo dueño, Natalio Kejner, había asumido el desafío de una forma distinta de hacer empresa. Y le estaba yendo bien, llegó a ser una de las grandes del rubro.

Fabián buscaba demostrar el modo en que la dictadura militar destrozó la empresa, bajo las órdenes de Julián Astolfoni y Franco Macri, los dueños de su competidora Supercemento.

 

Fabián García ha llegado a demostrarlo. Necesitaba eso para dar por terminado el libro “Mackentor, Crónica de un saqueo. Los oscuros negocios de Supercemento, Franco Macri y el Estado”, que mañana sale a la ventaen formato electrónico.

 

Empeños como este son indispensables para que los argentinos podamos mirar a nuestros hijos con la frente bien alta.

  

 

sábado, 3 de octubre de 2020

Consejos para que Argentina participe en la gobernanza mundial

 Ayer Perfil publicó un artículo “Argentina y la gobernanza global”, firmado por el ingeniero Patricio Carmody, quien refiere en su curriculum vitae tener estudios de postgrado en la Tuck School of Business de la Dartmouth College (Estados Unidos), en el Centre D’Etudes Diplomatiques et Stratégiques, de la Ecole de Hautes Etudes Internationales (Francia) en la Kennedy School of Government de la Universidad de Harvard y en la School of International and Public Affairs, de la Universidad de Columbia (Estados Unidos. La formación le sirvió para trabajar durante 20 años en Pepsico Inc., donde “llegó a ocupar la posición de Vicepresidente de Marketing de la División Alimentos a nivel mundial, con base en Nueva York”.

Con este antecedente, traza en Perfil este panorama mundial: “el líder chino Xi Jingpin (sic) ha exhortado a los dirigentes chinos a tomar parte activa en la reforma del sistema de gobernanza mundial, buscando una mayor legitimidad a nivel global, pero con el peligro de debilitar a organismos como el de DD.HH. de la ONU. Mientras tanto Europa, Canadá y Japón, preocupados con el comportamiento y relativo alejamiento de EE.UU., hacen esfuerzos por mantener y fortalecer el orden multilateral. Ante este escenario, el profesor de Princeton, John Ikenberry, piensa que EE.UU., dada su defensa de los valores de la libertad, la ley y los DD.HH, no puede reducirse a ser sólo una superpotencia más, compitiendo en un mundo anárquico con China y Rusia.”

O sea, ¿Europa, Canadá y Japón defienden un orden multilateral pero en el cual Estados Unidos no se reduzca a ser uno más?

Pareciera ser que si Estados Unidos no es el único líder que defienda la libertad, la ley y los DD.HH, el mundo es anárquico.

¿Salvo que sea multilateral?

Luego el ingeniero Patricio Carmody le aconseja a la Argentina “tener claro que (olvidemos las tildes, ya) objetivos, generales y particulares, debe perseguir en los organismos multilaterales. El primer objetivo de la gobernanza global sigue siendo el evitar la autodestrucción de la humanidad, pero ahora no sólo por medios militares, sino que también por posibles pandemias”.

Bueno, China no parece desmoronarse con la pandemia. Hoy fue autorizado el turismo masivo, sin necesidad de vacuna.

Ah, pero el autor no está de China, sino de “la humanidad”.

Más bien China es el que facilita la pandemia como medio de destrucción.

Algo más del ingeniero Patricio Carmody: “Un segundo objetivo debe ser el que no se destruya la parte del mundo que defiende los valores democráticos, el respeto de la ley, y los DD.HH. Para ello deberá trabajar con Europa, Canadá, y las naciones del Asia Pacífico, esperando a que EE.UU. retome un rol constructivo y de mayor colaboración con sus históricos aliados.”

Ya aseguramos que no se destruya la humanidad fuera de China, ahora abogamos porque no se destruya la parte del mundo que defiende los valores democráticos, el respeto de la ley, y los DD.HH.

En realidad, esto es algo que debe hacer Argentina, dice el ingeniero. Debe aliarse con Europa, Canadá y las naciones del Asia Pacífico, y rezar porque Estados Unidos retome la lideranza mundial para sacar al mundo de la anarquía.


jueves, 1 de octubre de 2020

71 años dentro de este mundo

 Hoy se cumplen 71 años de la creación de la República Popular China. 

Parte de mi sangre provino de China.

Con los años remonté mis venas planetarias hasta la casa en la pequeña aldea de Hoisan, donde mi abuela parió a mi padre.

Ya como adultos, mi padre y yo miramos en distintas direcciones. Él no estaba de acuerdo con el socialismo y se fue a vivir a la Gran Metrópolis del capitalismo, y yo me quedé en el Tercer Mundo, alineado políticamente con Cuba y China.

Cuando cayó el Muro de Berlín la sensación generalizada era que, luego de una pulseada que había comenzado doscientos años antes y se había llevado todo el siglo XX, el Capitalismo había desterrado al Socialismo de la faz del Mundo.

Ahora nos preguntamos de cuál Mundo, porque en aquel momento China, sin dar un paso atrás en su norte socialista, estaba resurgiendo de modo impresionante.

Aún hoy aquí en Argentina, como en Europa y en los países capitalistas en general, cuando se dice “Mundo”, se excluye a China.

¿No es asombroso?

(¿No es asombroso que el único que parece comprender el peso de China es el presidente Donald Trump?)

China ya es una de las dos primeras economías del mundo. Ya está cambiando la forma del Mundo. Estados Unidos, la primera potencia pareciera no tener más que una actitud defensiva frente China, y aún así los pensadores, periodistas, políticos, analistas occidentales se ponen apocalípticos con lo que llaman el Mundo, al que ven desbarrancarse hacia la antiutopía, como si China se debatiera en la misma crisis que El Salvador.

Los filósofos no dejan de repetir la sentencia de Fredric Jameson: “es más fácil imaginar el fin del mundo que el fin del capitalismo”.

¿Y China?

Si su fenomenal desempeño económico se debiera al capitalismo, entonces el capitalismo no estaría en crisis en todo el Mundo.

Si, en cambio, tuviera fundamento en una economía no capitalista, ¿no alcanza para imaginar el fin del capitalismo?

Cuando habla de la pandemia mundial, el francés Jean-Luc Nancy dice que el episodio pone en duda toda una civilización y que “los gobiernos no son más que tristes ejecutores” de “una especie de excepción viral –biológica, informática, cultural– que nos pandemiza”.

¿Y China, que tuvo una cantidad mínima de muertos y superó la pandemia sin vacuna?

Hasta el coreano Byung-Chul Han, como si hubiera nacido en Alemania, espera que “confiemos en que tras el virus venga una revolución humana”.

¿Y la revolución china, a qué especie pertenece?

 

China siguió resurgiendo después de la caída del Muro de Berlín, cuando flotaba en el aire de Occidente la sensación de que el Capitalismo había vencido y el norteamericano Francis Fukuyama publicaba El fin de la Historia.

Siguió creciendo más rápido y en mayor volumen que el resto de los países, atravesando la crisis del 2008, su propio terremoto financiero de 2015 y todo parece indicar que la pandemia del 2020 no será más que un tropiezo en una línea ascendente que tal vez termine ubicando a China como la potencia mundial del siglo XXI.

Esa expansión desmiente que la historia haya terminado con el triunfo del capitalismo.

Hoy, cuando los países capitalistas en masa no saben qué destino tendrán diferente a una debacle sin fondo, China asciende como una estrella.

 

Asciende China, basada en el socialismo.

Asciende el socialismo.

Y si queremos quitarle el ismo, podemos decir que asciende un país cuya economía ha sido conducida de manera tal que propició a unos mil millones de personas la salida de la pobreza.

En 40 años, entre 800 y mil millones de chinos dejaron de ser pobres.

Aún sin igualdad social, China va camino a ofrecer a cada una de las personas que la habitan una vida digna.

La gente tiene trabajo.

Los viejos son cuidados.

Las condiciones de vida mejoran día a día.

Incluso las condiciones ambientales.

La seguridad es extrema.

La vida puede transcurrir sin sobresaltos, con previsión.

La gente progresa.

Los jóvenes tienen fe en el futuro.

Los chicos, todos los chicos, van a la escuela.

Esto es lo que vi en la pequeña aldea de Hoisan (Taishan, 台山市), lo mismo que vi en mis visitas durante cinco años a casi todas las provincias y territorios de China.

Otro día hablaremos de las cosas que no me gustan de China, pero no puedo concebir que estos datos no signifiquen un triunfo rotundo.