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domingo, 1 de noviembre de 2020

Qué lindas papas

El viejo, que era un viejo amargado, se puso hostil cuando supo que una piba de la ciudad había alquilado la casa que estaba pasando lo de Pereyra. 
No le gustaban los pueblerinos. Menos le gustaba que fueran a la Colonia. Esta piba encima se había metido allí. Iba a ser para problemas.
Supo que había llegado con dos hijitos chicos.
No fue a verla. 
“No va a durar. En cuanto se ponga difícil se vuelve a la ciudad”, lo consoló otro viejo.
Con el tiempo fue sabiendo algunas cosas de ella. No preguntaba, pero los demás hablaban.
La piba no se fue. Era una chiquilina de la edad de sus nietos, y había quedado viuda y sin plata, con los hijitos.
Dijeron que trabajaba como una hormiga todo el día, y que había dejado la casa una pinturita. Esa casa estaba para tirarla abajo. Dijeron que hasta arregló la chimenea del hogar previendo el invierno.
Y siguieron diciendo cosas. Andaban asombrados. Dijeron que estaba empezando a hacer quinta para tener comida.
Un día fue, el viejo. La encontró trabajando un terrenito chico. Su hijo le había dicho que ella había encargado papas en la forrajería.
La piba estaba solita, con una pala que le quedaba grande. Era muy gurrumina. Pero era porfiada para trabajar.
Por todo saludo, el viejo le dijo que para plantar papa tenía que hacer los surcos más anchos. Ella lo miró con una sonrisa, estudiándolo. El viejo sintió vergüenza, le dejó una bolsa con las papas suyas que le había traído y se fue.
“Gracias”, escuchó que le decía la piba mientras él arrancaba la camioneta.
Dos días después no se aguantó y volvió, el viejo.
Le enseñó mejor cómo tenía que plantar las papas. Y le dijo que ese terreno no le alcanzaba, que tenía que sembrar hasta aquel árbol. 
Ella le dijo que nada más necesitaba para ella y los chicos, y que había hecho el cálculo del tamaño del terreno con un ingeniero agrónomo.
El viejo chistó, dijo “qué saben”, y casi le ordenó bruscamente que agrandara el cultivo. 
“Haceme caso, no discutás”, le dijo.
Por algún motivo, la chica le hizo caso. 
Al otro día llegó un peón del viejo a ayudarla con la labranza.
Las plantas salieron muy bien. Mejor que en las quintas que tenían otros. La piba estaba muy feliz.
Llegó una señora con un cajón de cebollas y otro de zapallos. “Me dijo don Roque que tenés mucha papa. Te traigo estas cebollas y estos zapallos”, le dijo, y recién entonces la piba entendió. 
Metió diez kilos de papas en unas bolsas y se los dio a la vecina.
“Qué lindas papas”, le agradeció la vecina.





Esta anécdota, sacando lo de “Pereyra”, lo de “la Colonia” y lo de “don Roque”, está en la película japonesa de animé Los niños lobo.
Simpático que el director la haya puesto en la película.
Simpático que la haya escuchado.
Simpático que sucedan estas cosas.

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