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jueves, 25 de marzo de 2021

Unas alpargatas


No sé cuándo las compré.

Como al oriental sanducero Makovsky, esas Rueda Luna negras con suela de yute me parecen una creación que no ha ocurrido dos veces en el mundo, como el jazz, el tango o el cante jondo.

Las usé por donde anduve, acá y allá, hasta que encontraron su lugar en el mundo en la casa de Camilo Sánchez en el Delta del Tigre, a orillas del río Caraguatá. 

Unas alpargatas no son el mejor calzado donde hay mucha agua, porque cuando se mojan se ponen duras como troncos; sin embargo, ellas y aquella casa parecía que se pertenecían desde siempre.

Las habré usado dos años allá.

Cada vez que me iba, las dejaba colgadas de un clavo en un tirante de madera debajo de la casa. Ahí se quedaban quietitas, esperándome.

Las tuve puestas cada vez que hice un asado, con la perra marrón echada por ahí, esperando un hueso. Después las tuve puestas cuando escribí sobre esos asados y sobre los días que iba a pasar a aquella casa.

“Las bigotudas”, les han dicho a esas alpargatas, porque en la punta se les despelecha un poco el yute y se les hacen bigotes que se les parecen a los bigotes de los bagres. Eso es porque los que las usan, las usan hasta que las alpargatas no pueden más. Son calzado de paisanos pobres. Causan simpatía en algunos. Las miran un rato. Piensan en ellas. Les gusta cómo expresan que se puede ser pobre y ser digno. Pobre con la frente en alto. Eso crea algo que no existe en ningún otro lugar del mundo. 

Yo extremé el uso de estas alpargatas, también. Se le fueron haciendo agujeros en la tela en los costados de afuera. Un agujero por cada uña de un dedo del pie.

“¡Tirá esa mugre!”, me dijo una amiga de esas que cree que la leche sale del supermercado. “Mugre mía”, pensé para mis adentros.

Estos días fui a despedirme de la casa de orillas del Caraguatá. Descolgué las alpargatas del clavo, me las calcé y ya se me hicieron parte del cuerpo.

Ayer andaba por unos galpones abandonados buscando leña, y por ahí me sorprendió un dolor en el pie. Un clavo fiero había atravesado el yute y se me había clavado adentro, entre los huesitos largos. Cuando me saqué la alpargata, el yute estaba teñido de rojo bermellón del lado de adentro.

Mi pie se curará; a la alpargata el clavo le atravesó el corazón. 

Y hoy fue el último día. Llevé las alpargatas al muelle y las revoleé al río. La perra marrón me miraba. Después miró el agua cuando las alpargatas dieron contra la superficie.

No se fueron flotando río abajo, se hundieron ahí nomás. Se fueron al fondo fangoso, por donde andan bagres que tienen bigotes igual que ellas. Creerán que son unos bagres viejos, que han andado mucho por el mundo.













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3 comentarios:

  1. Bello texto Gus! Que mejores del pié

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  2. Hermosa oda a tus y a las alpargatas, un calzado versátil, fresco, sano, económico y ecológico, que lo tiras al río y sabes que no dañará al medio ambiente, que lejos de las marcas internacionales es simple.

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