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jueves, 29 de julio de 2021

Las dos cadenas en torno a los uigures de Xinjiang

En mis viajes a China me concentré en la Región Autónoma de Xinjiang y hace tiempo sigo el tema de los uigures, etnia mayoritaria en esa zona. A principios del año pasado, cuando empecé a sentir que Estados Unidos lo construiría como uno de los puntales del ataque a China en la gestión que seguiría a Trump (incluso desplazando a Hong Kong), escribí este artículo en Tiempo Argentino. 


Los ataques terroristas de la jihad adentro de China son reales, la decisión del gobierno chino de que la Región Autónoma de Xinjiang es clave para la BRI que apunta a Asia Central es real, los centros de entrenamiento en donde debe pasar un tiempo los acusados por estar involucrados en la red separatista son reales.


La situación es que Estados Unidos ha armado con mucho poder un affaire al que los chinos, sorprendidos por la primera bofetada, con pocas herramientas y sobre todo una obcecación proverbial para negarse a usar los códigos de comunicación occidentales, responden de un modo altísimamente ineficaz.

 

Los norteamericanos han implicado en su campaña primero a Australia y luego al resto de sus aliados fuertes. Están forzando a la ONU. Han sumado al Vaticano.

 

La campaña tiene dos targets, por un lado, los públicos occidentales, a quienes les presenta el tema como China violadora de los derechos humanos en expansión, implicando que tal expansión significará el imperio de los abusos a los derechos humanos de todos los países sobre los que China tenga influencia.

 

Esta campaña tiene un gran éxito. Pese a que sus fundamentos son un mamarracho (en una época en que la agenda de la realidad está diseñada con fake news), el mensaje prende en todo el arco político, alcanzando a los más progresistas críticos del imperio norteamericano —por ejemplo, Noam Chomsky.

 

El segundo target es el pueblo chino. En ese caso, es muy difícil percibir la eficacia de la campaña norteamericana.

 

La respuesta de los medios chinos es, como decía, muy desatinada, negando lo innegable y gritando sin escuchar —quizás para no escuchar a los demás— que todo lo que hace el gobierno es bueno, bueno, bueno.

 

Sabemos lo que esto causa a los occidentales: le creen a “los chinos” menos que antes y reafirman lo que dice Estados Unidos.

 

China responde como una sola voz. Todos los medios tienen un control estricto para evitar las grietas que puede provocar la multiplicidad de miradas y versiones de la realidad.

 

Me parece interesante que ante la campaña de Xinjiang, Occidente haya copiado el modelo. Todos los contenidos están basados en las mismas fuentes (escasísimas), todos los datos (también muy pocos) son los mismos y hay sólo una línea argumental, una sola versión, que esgrimen desde Antony Blinken hasta Noam Chomsky.

 

El resultado es que Estados Unidos acusa a China a los gritos, desdeñando cualquier fundamento y racionalidad, y China se defiende, desdeñando cualquier fundamento y racionalidad.

 

Las personas de otra generación, nosotros los viejos chotos, que no comprendemos que la fuerza de las fake news y la censura superen al análisis crítico basado en información de algún modo comprobable, tendemos a comprender que por este camino no vamos a llegar a ningún entendimiento.

 

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