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domingo, 17 de octubre de 2021

Sobre la vida de la muerte

Hace unos diez años se me ocurrió que debería haber talleres de preparación para la muerte.

No (sólo) por morbosidad, ni de ninguna manera (sólo) para no vivir o distraerse de la vida, ni (sólo) por obsecación, o cualquier otra inspiración negativa, sino como una ayuda preventiva, una guía que aproveche las experiencias de otros para abordar algo inevitable.

Pensé en un taller que sirva, algo útil, para quien va a morir y para las personas que tienen a alguien que va a morir.

No sería necesariamente para quien morirá de forma inminente, alguien que tiene una enfermedad o una edad terminal, sino para cualquier persona que comprenda que está bueno mirar de frente y no evitar algunos temas, y mejor aún está tratarlos en grupo.

Fue una de esas ocurrencias que se parecen a un arroyo a la hora de la paz, cuando saltan unos tras otro, a veces más de uno, suculentos peces, y uno no tiene nada con qué pescarlos. Son ocurrencias que tengo cada semana. Las veo irse resignado y melancólico, anticipando que me ofuscaré cuando vea que alguien las materializó.

Pero con esta idea me ocurrió algo singular: nunca me abandonó. La seguí cultivando todos estos años. 


En estos momentos, pienso mucho en el límite entre estar vivo o muerto.

La muerte es la muerte del cuerpo, claro, pero no es tan simple. No es lo mismo un dedo muerto que un cerebro muerto.

Pareciera ser que el corazón y el cerebro son los dos órganos críticos para decretar la muerte.

(Acabo de escribir: “decretar”, puerta para otra reflexión).

Una persona puede estar en una máquina que mantenga su cuerpo vivo aunque su cerebro o su corazón hayan dejado de funcionar.

Sus células se siguen duplicando, sus pelos crecen, su hígado, intestinos, páncreas, riñones, su sistema endocrino funcionan.

Al contrario, podría ser que todo el cuerpo deje de funcionar, pero el cerebro se mantenga vivo. Conectado a una máquina, podemos hablar con él, con la persona, preguntarle por sus recuerdos, sus miedos, sus sueños, sus ideas.

Podría participar del taller de preparación para la muerte.

Incluso un día la ciencia encontrará la manera de que la vida y la información de ese cerebro migre a una computadora, y entonces ya no serán necesarias las células del cerebro. La persona quedaría completamente independizada de su cuerpo físico y podría ganar una vida muy larga, suponiendo que habrá computadoras durante mucho tiempo.

Luego está el tema de los trasplantes. Alguien que ha donado un riñón y luego muere, sigue vivo en el receptor de su riñón.


Todo esto, tomando al cuerpo como hábitat de la vida de una persona.

También se puede considerar que una persona vive en otros hábitats, por ejemplo, en registros materiales, como películas, estatuas, libros y fotos, o en registros inmateriales, como canciones, relatos orales o recuerdos.


El límite entre estar muerto y estar vivo se vuelve difuso, y desde esa dilución, no es fácil pensar cuál es la existencia que tenemos.


Es posible que alguien viva en otras personas, si se acepta que una persona no es un individuo desconectado de los demás como un circuito cerrado, sino más bien es un recorte de la masa de deseos y acciones que es una sociedad, o familia, o tribu o manada, clan, barra, club, colectivo femenino, etc.

La muerte de un recorte es un agujero, pero lo que llenaba el agujero, lo que le daba contenido de vida, sigue vivito y coleando. 


Así es como se siente que la madre muerta sigue viva en sus hijos en la forma de las uñas, en un lunar en la cara o en la forma del pelo, o también en el modo de ser ansioso, en la manera de comer, en la opinión que se tiene de la oligarquía o los prejuicios contra los codiciosos, etcétera.


Algunas personas crean algo, un lenguaje, una manera de ver ciertas cosas, hipótesis, teorías, sentimientos, que influyen mucho en una sociedad durante mucho tiempo. En ese sentido está vivo Cervantes, Jesucristo, Pedro el Grande, Confucio, Tutankamón, Borges, Goya, Platón, Leonardo, y tantos otros.


Procuro en este planteo no alejarme demasiado del espacio común de la lógica, pero no debería dejar de mencionar el modo en que se siente viva a una persona que murió, en la forma de una presencia, un fantasma o cosas por el estilo.


Qué es lo que vive de una persona es una definición de la persona.

Puede decirse que mientras algo de la persona permanece vivo, en el medio que sea, la persona no ha muerto, aunque haya muerto algo, tal vez muchísimo, de ella.

De ese modo, quien escribe esto, ya ha muerto parcialmente (dos discos de mis lumbares, varias muelas, una cantidad infinita de recuerdos, el 62% de la capacidad auditiva), pero quizás siga vivo una vez que mi cuerpo sea alimento balanceado para la fauna necrófaga, si alguien me recuerda o mientras nadie dé de baja mi perfil en facebook.

 

Finalmente, también pienso que la muerte del cuerpo tal como es para cualquier mortal del planeta, que rasguña los beneficios de una obra social que atiende como la mierda, es el fin.

“Buenas gentes que caminan, laboran, pasan y sueñan, y en un día como tantos, descansan bajo la tierra”.

Y entonces, hay que tratar de darle momentos felices a los que queremos mientras tengamos con qué, ganas, fuerza y cuerpo.

Y punto final.





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