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martes, 12 de abril de 2022

Infieles

 Fui a una milonga en Beijing.

Era cabal.

Los tangos que pasaban eran buenísimos, los bailarines tenían buena técnica, había una china que sentía el tango en el cuerpo, la sensualidad y el deseo; el instructor era un hombre de Morón que era un Maestro.

"Amamos el tango", me dijo la dueña de la milonga. "Realmente lo amamos. Es algo lejano a nosotros y cuando conseguimos hacer contacto escuchándolo y bailándolo, nos sentimos más completos como humanos".


No les puedo explicar lo ancho que me fui de ahí.

Y eso que no tengo nada que ver con el tango (nunca bailé, ni sé nada de su historia, ni sé mucho de músicos legendarios, ni bandas).

Le que me dio orgullo fue que la música de mi país era LA música adorada por los chinos.


No me hagan contar, por favor, que andando un poco más por China encontré academias de salsa, de flamenco, de rap, de danzas africanas, de merengue y bachata, de danzas indias, de foxtrot, de danzas de los indios hopi y de danza de los inuit del Polo Norte.


Cada una de estas danzas, artes, tradiciones, les resultaba tan apasionante como el tango.


Así son. Infieles.




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