Mi papá y mi tío Juanca, su hermano, siempre andan juntos, como mellizos —de todos modos, compartieron el vientre de mi abuela.
Siempre andan juntos y siempre se pelean.
Los otros días caminaban por una calle del barrio de Once.
Mi padre decía que era el barrio más desastroso de Buenos Aires.
— Pero mira que edificios hay —le dijo mi tío Juanca—. Cuando se vino abajo y se hizo un barrio comercial, quedaron ocultos estos edificios que son formidables.
Le iba señalando uno y otro edificio, los viejos, de más de un siglo, señoriales, dignos, distinguidos.
Mi padre no le hacía caso.
— ¡Mirá! ¡Mirá! —decía mi tío, y mi padre miraba para adelante.
Frente a uno en particular mi tío dijo:
— ¡Fíjate ese, Horacio! Es una joya arquitectónica. Eso no es de acá, eso es arquitectura inglesa.
Aún sin mirar, mi padre dijo secamente:
— Sí, tenés razón, es un edificio inglés. Un edificio hecho por esos asesinos que nos han chupado la sangre y nosotros felices.
— ¡Pero la calidad, Horacio!
— Siempre sentís que son superiores los europeos. No hay gente más bruta en el mundo. Hay que ser bruto para vender, explotar y matar gente, y ellos son los campeones.
— Sos incapaz de apreciar. Sos un amargado. ¿Qué culpa tienen los edificios?
Siempre mi tío y mi padre tienen esta discusión.
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