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viernes, 17 de junio de 2022

Presentación del Libro Blanco y Celeste


Con Néstor Restivo y Eva Blanco Lu (Lv Xia) recopilamos artículos que escribimos los últimos años sobre China en medios de comunicación de Argentina y editamos el “Libro Blanco y Celeste” —diseñado por la sinófila Ana Belén Ruiz.

Es un libro periodístico. De alguna manera, también es un libro que interpela al periodismo.

Su excepcionalidad hace ver que el periodismo argentino no se pregunta por qué cuando se habla del desmoronamiento distópico del Mundo, no se incluye a China, donde el crecimiento económico es formidable, se distribuye bien y las investigaciones de encuestadoras norteamericanas demuestran que más del 95% de la población tiene fe en que la vida de sus hijos será mejor que la suya.

Al periodismo argentino no le resultó noticia que China, el país más poblado del mundo, acabara con la indigencia en su sociedad.

Para los medios argentinos no es cuestión la diferencia de muertos por Covid-19 en China respecto de Estados Unidos.

La diferencia es esta: en Estados Unidos la cantidad de muertos alcanzó el millón, mientras en China, desde el comienzo de la pandemia, es hoy de 5.772.


El periodismo existe para indagar la realidad.

¿Qué periodismo es el que no se hace esas preguntas?




El Gobierno de China publica continuamente “libros blancos”. 

Cada uno está dedicado a un tema específico: el desarrollo de África, las emisiones de dióxido de carbono, los derechos de los capacitados, la pandemia, la defensa militar.


Hay más de un libro blanco dedicado a América Latina, les cuento. No sé cuántos argentinos los habrán leído.


Los libros blancos son informes desde el punto de vista del Gobierno.

Es lo que hacía Fidel Castro en sus largos discursos y lo que hacía Chávez en televisión.

Materializan la función didáctica e informativa que debe cumplir el Gobierno.




Sin un cuerpo de estudios sociológicos sólidos, puedo ofrecer mi sensación: 19 de cada 20 argentinos que se ocupan del tema de China, China no les importa.

Es la misma proporción que entre la población argentina en general.

Pero entonces, ¿por qué trabajan con China?

Algunos, porque les toca en su trabajo.

La mayoría, por oportunismo.

Algunos porque observan que China va a ser el nuevo patrón de la vereda y se ponen en la fila primeros para congraciarse.

China no es un país preferido porque Europa tiene más encanto (a algunos les alegraría mucho más que su hija le presentara a un novio suizo que un pretendiente chino).

Estados Unidos resulta más apasionante, con su exitismo y espectacularidad.

Además, los argentinos estamos llenos de prejuicios contra los chinos. 

Los consideramos mentirosos, sucios, aprovechadores, indiferentes ante la Argentina. 

Sobre todo, no los preferimos porque son extraños. 

No los entendemos. 

No los entendemos por el idioma y porque no los conocemos.

Especialmente en esta época en que Estados Unidos le ha declarado la guerra simbólica a China, cómo ha hecho otras veces, los chinos no nos resultan deseables. 

No queremos ser China. Queremos ser Finlandia, pero no queremos ser China 

En orden de preferencia, tenemos a los europeos y los norteamericanos al tope del ranking, tenemos una cantidad de países afuera del ranking, y en el fondo del ranking están los países limítrofes mezclados con China.




Ahora bien, hay algunas personas que le encuentran un gusto especial a China.

Algunos de los que hacen contacto con China por oportunistas, terminan comprendiendo el valor de China.

Con Néstor Restivo nos metimos con China por culpa de Camilo Sánchez, que es uno de los argentinos a los que China le toca la última cuerda del fondo del alma. 

Camilo hace contacto con la maravilla profunda de China 

Le gusta China por su pensamiento y su sabiduría.

Por la capacidad de ingeniería social y el humanismo de los chinos, que les permitió la proeza de sacar 800 millones de personas de la pobreza y acabar con la indigencia.

Por su multiplicidad de portentos, desde la muralla inconcebible, hasta el ejército de terracota enterrado ah (vaya a saber cuántos otros milagros hay enterrados bajo el suelo de China).

Por el mundo del siglo XXV reflejado en las aguas del río Pudong, que atraviesa Shanghái.

Por el rover que en este momento está recorriendo la superficie de Marte, fruto de una carrera espacial que empezó 60 años después que la norteamericana y la soviética.

Y por la caligrafía divina, la poesía divina, la destreza divina de los dedos de los chinos.

Esa es una China eterna, esencial, diríamos.

Otros argentinos quedan prendados de China cuando tratan íntimamente con los chinos. Muchos de ustedes lo saben: son amigos que saben entregar el alma. No hay cómo resistirse a esa amistad.



Hemos insistido en que para los argentinos, más allá de que nos gusten o no nos gusten los chinos, más allá de que consideremos que están plantando un mundo mejor para nosotros o que son una amenaza, conocerlos es una cuestión de soberanía. 

Insistimos en que la soberanía se juega tanto en la deuda externa, como en las Malvinas, como en el conocimiento de China.

Uno de los hombres que más sabe sobre China en América Latina es Enrique Dussel Peters. Ha conducido un trabajo sobre las inversiones china en nuestra región y ha demostrado que la última década de la gigantesca inversión que ha hecho China en Latinoamérica, la mayor parte está destinada a la energía.

¿No les parece llamativo? 

Comprendemos perfectamente que hayan invertido en infraestructura para poder transportar las riquezas naturales que nos compran, pero ¿por qué la mayor inversión es en energía?

¿Ustedes creen que es simplemente la demanda y oferta del libre mercado?

¿China pondría sus inversiones en América Latina en las manos de un libre mercado? 

¿No deberíamos pensar que esa apuesta de instalar capacidad energética obedece a un plan? ¿Y cuál es ese plan? 

El común de los latinoamericanos no tenemos la menor idea.

¿No es formidable esa ignorancia? 

Los chinos nos quieren desarrollados, para eso está la energía. ¿Para qué nos quieren desarrollados?

Y además, ¿esto es un secreto de China o simplemente es que no nos enteramos porque TN, Infobae, La Nación ni Radio Mitre lo informan?

Es formidable que Argentina sea presidente de la Cela, pero ¿qué diálogo tienen los países de la Celac? 

¿Qué diálogo tienen sobre China? 

¿Y qué diálogo tiene en conjunto la Celac con China?



Occidente se viene abajo. La pandemia lo ha demostrado de una forma cruda. 

Mientras tanto, China emerge. 

¿Sabían que están fabricando un sol artificial como fuente de energía? Bueno, ese tipo de cosas son las que están pasando con China.

Esa China que se está transformando en un polo mundial, ¿es salida al desastre actual de Occidente?

¿Es un modelo alternativo que debemos copiar?

¿Extenderá su modo de hacer las cosas al resto del planeta, a la Argentina?

¿Es una amenaza? ¿Nos dominará y saqueará?

Insisto: los medios argentinos no ponen a los periodistas que trabajan en ellos a responder estas preguntas.



Primero, necesitamos conocer a China porque China tiene cosas que podemos aprender directamente. 

Ya lo hizo Europa en los siglos XIII, XIV, XV, y con cuatro inventos chinos revolucionó su mundo.

Luego, tenemos que conocer a China, porque conocerla suscita ideas, que de otra manera no aparecerían. Es lo que sucede cuando se observa una realidad de alto contraste respecto de la nuestra.

Tercero, necesitamos conocer a China, finalmente porque nos hace de reflejo. En China, observamos variantes de nuestros procesos, y eso nos permite pensarlos desde otra óptica.




Para conocer a China, las fuentes de información occidentales ya no son confiables. Se han transformado en una cadena de enorme homogeneidad que solamente amplifica el mensaje del Departamento de Estado norteamericano.

China como fuente de información es complicada, porque los medios chinos, también en cadena, solamente informan dentro del paradigma de comunicación socialista, con el que es muy difícil dialogar.

Nos queda el camino propio, conocer por nuestros propios medios. 

Mirar a China con nuestros ojos. 

Eso es lo que intentamos hacer Néstor Restivo y yo —no necesita hacerlo Eva, que tiene ojos chinos.

En fin, entre Néstor, Eva y yo, hemos sentido la necesidad de hacer el mínimo aporte de contarle a los argentinos lo que vemos de China. 

Parte de nuestro trabajo está en este libro.






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