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miércoles, 15 de febrero de 2023

El sexo de los búfalos

Me ocurrió algo como un jaque.

Hay almas que necesitan ser jaqueadas.

Almas atormentadas porque convocan las tormentas.

 

En los últimos años, al quedarme dormido sale de mí una banda de demonios que se dedica a retorcer mi cuerpo toda la noche como si fuera un trapo de piso.

 

Una pobre amiga a quien le tocó dormir en una habitación contigua a la mía, me dijo que quedó impresionada al ver cómo me revolvía, gemía, luchaba, respiraba agitadamente, me tensaba violentamente, tiraba golpes al aire, castañeando los dientes y dando tumbos por la cama.

 

— Era como si estuvieras en el infierno. No pude dormir en toda la noche —me dijo.

 

Durante un tiempo me calmaron unas pastillas, luego fueron teniendo cada vez menos efecto, dupliqué, cuadrupliqué la dosis y al final, ahora ya no me sirven para nada.

 

Entonces, otra noche me tocó dormir en la misma habitación con otra amiga, tan buena como un ángel.

Como me dio vergüenza explicarle lo que me pasaba de noche, sólo atiné a advertirle que roncaba.

— Por favor, tírame con algo, y dejo de roncar —le dije, bromeando para disimular mi aprehensión.

 

Ella se durmió plácidamente y yo me quedé sin poder dormir porque no quería empezar a hacer escándalo.

Observé el bulto de su cuerpo en la oscuridad. Estaba durmiendo de costado, dándome la espalda. Respiraba pausada y profundamente.

Me quedé mirándola. Creo que mi respiración se sincronizó con la de ella, y así me quedé dormido.

El jaque me llegó a la mañana. Cuando desperté, estaba tan apacible como una nube que flotar reflejada en el agua de un estanque. No sentía nada de la tensión que cada mañana me tortura y me obliga a levantarme antes de que salga el sol. Sentía claramente que había tenido una noche reposada y en paz absoluta.

 

Cuando mi amiga despertó, le pregunté si había roncado y me dijo que no. Entonces junté coraje y le pregunté si la había molestado con ruidos o de alguna otra manera y me miró extrañada.

— No, nada. Dos veces me desperté, te miré y dormías tranquilo.

 

¿Qué me había sucedido?

¿Qué había pasado con mi desasosiego nocturno?

¿Que tenía esa amiga, que me produjo ese extraño efecto?

 

Me vino la imagen de dos cuerpos durmiendo uno cerca del otro y sentí una paz profunda.

 

Entonces pensé en la paranoia que siente un animal cuando está solo y cómo se calma cuando aparecen otros, y pensé en dos niñas que están en una ciudad en medio de una guerra, que han perdido a sus padres y duermen tomadas de la mano, porque sólo así encuentran calma.

Pensé en los toros de lidia en los sanfermines, cuando se quedan afuera de la manada solos, y entonces embisten contra todo, son incontrolables, se hacen asesinos, diabólicos, y la manera de sacarlos de ese estado es hacer pasar junto a ellos una manada de bueyes. Los bueyes los llaman, los toros acuden y se va tan mansos como los bueyes.

 

A la tarde charlamos con aquella amiga, ganamos confianza y le conté esto. Luego de quedarse pensativa un rato, me dijo:

— Tuvimos sexo.

— ¿Qué? No entiendo —le dije, extrañado.

 Eso es el sexo —me respondió—. Lo que pasa entre dos cuerpos.

— ¿Cualquier cosa que pasa entre dos cuerpos es sexo?

— No cualquier cosa no. Es lo que pasa sólo entre dos cuerpos, algo singular, que de algún modo los une, algo que hacen dos cuerpos o algo que se hace a sí mismo utilizando dos cuerpos.

 

Me quedé pensando.

Aún estoy pensando.

 

 


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