Alberto llora sobre la ajena cama del asilo de ancianos en posición fetal. Casi no le salen lágrimas, sólo tiene un gesto en la cara y el aire que le pasa por la garganta. Nadie lo escucha, nadie lo ve, pero se tapa el rostro con una mano echa de raíz de árbol. Extraña a su amor. Él no ha sido él sin ella, desde que murió cuando era tan joven, y llora porque hace rato trata y no consigue, recordar su nombre.
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