Me dormí con el arrullo de la muchedumbre de la lluvia contra el techo y los árboles, y el rumor fuerte de los truenos.
Llovió toda la noche en la isla, abajo de la Luna llena
Me acosté sabiendo que el arroyo empezaba a crecer. El agua entraba desde el río grande
Soñé mucho. Una cosa tras otra. Primero soñé con cosas del trabajo. Después había una joda, un recital de rock que duraba muchas horas, con la multitud concentrada frente al escenario al principio y al final desbandada e intoxicada, haciendo cualquier cosa, vandalizando la convivencia como una tribu de indios que se emborracharon todos juntos. Yo conocía a alguien con quien nos entendíamos muy bien, esos amores en medio de tiempos tempestuosos. Al rato una ola de cincuentones ricos y punks, vestidos de cuero negro y anteojos caros, eran a la vez verdugos y víctimas, se corrían unos a otros con violencia. Gritaban que se acabaría todo. Entre ellos estaba la madre de mi hija, que luego de muchos años de relación amarga, se acercaba dulcemente y me hacía sentir que pese a todo, nos seguíamos teniendo un cariño muy puro y me anunciaba que se iría a otro país. Me partía el alma
Todos estos episodios fueron muy largos. Pasaban sin precipitarse, fluían con lenta continuidad
Cuando desperté ya la luz era plena. Salí de la cabaña y, en el gesto de todos los días, caminé los metros que la separan del arroyo.
Estaba muy alto. Había crecido toda la noche
Toda la noche el agua había corrido arroyo arriba, llevando palos, camalotes, la colección de restos vegetales de las islas del delta
Parado en el muelle traté de recordar cuál era la canción que habla de los sueños que trae el río.
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