Vero y Mariano están en la cocinita, tomando mate. Siempre están cómodos ahí.
El perro negro está echado en el piso, durmiendo. Mueve una oreja para sacudirse una mosca.
De la nada, Vero dice:
— ¿Vos sabés que Nati lo dejó al Turco por vos, no?
— ¿Qué?
Mariano la mira fijo en silencio.
— Sabés, ¿no? —insiste Vero.
— ¿De dónde sacaste eso?
— Me lo dijo ella.
— No entiendo nada.
— ¿Qué, no entendés?
— El Turco murió el año pasado. ¿Por qué?… ¿Por qué me decís esto?
— Porque es así.
— Pero por qué me lo decís. ¿Por qué me lo decís ahora? ¿Por qué no me lo dijiste antes? Nati lo dejó al Turco hace mucho. ¿Por qué no me dijiste antes?
— No sé, no me parecía. Me parecía que te lo tenía que decir ella.
— ¿Y por qué me lo decís ahora?
— No sé, te digo. No sé.
— Esto es una locura.
Vuelve a callar. Parece abrumado.
Vero no lo mira.
Al fin dice:
— Yo estaba loco por Nati. Después ella se metió con el Turco y yo me aparté. Si hubiera sabido que lo dejó por mí...
— ¿Qué hubieras hecho? ¿Habrías dejado a la Negra?
— No. No sé. Pero todo habría sido distinto.
— Distinto, ¿cómo?
— Habría pasado algo, no sé qué. Mi vida habría sido distinta.
Hacen otra pausa, más larga.
— ¿Y por qué no hablás ahora con Nati?
Mariano tarde en responder.
— Pasaron tantos años… ¿Vos decís?... Tantos años y ella no me dijo que se había separado por mí.
— A lo mejor no te quería hacer quilombo con la Negra y los chicos.
Mariano mira por la ventana. Las ramas de los árboles se mecen con el viento. Son de un verde muy oscuro. El verano ya está terminando.
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