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domingo, 12 de junio de 2011

Palermo escrito


Esto es lo que han escrito mis amigos sobre Martín Palermo, estos días de su retiro:

Las puteadas que escuchó bajar de las plateas de la mayoría de los estadios del fútbol argentino poco coincidieron con su destino. Si tenía los pies redondos, si coreaban su nombre cuando un perro se entrometía en el campo de juego, si se podía patear el otro pie si le cambiaban las medias, a él poco le importó. Porque el goleador se la creyó. Creyó que podía entrar a la cancha para hacer dos goles y dedicárselos a su bebé que había fallecido, y que ahora besa en el tatuaje de su antebrazo izquierdo. Que podía levantarse después de pifiar tres penales seguidos en un mismo partido, después que una pared de ladrillos le partiera una pierna en pleno festejo, y luego de romperse la rodilla y aún así marcar. Palermo siempre creyó. Es un hombre de fe, que empieza a decir adiós.

Palermo se parece a los sueños que pateamos, sueños posibles, y a ese gol que estamos relatando antes de dormirnos desde que somos pibes.

El fútbol es un juego tan extraordinario, tan bello, tan generoso que a veces hace justicia así: acariciando con un poco de gloria a los que juegan con el corazón.

Palermo es un tronco, y siendo tronco, la metió, la metió, hizo goles asombrosos, increíbles, gloriosos, y con cada uno de esos goles salvaba nuestras almas de perdedores, porque sentíamos que él, que es tronco como nosotros, la metía, y entonces era como que nosotros también la metíamos. 

Lo que decide que lo que no es, sea, es la fe. A Palermo le viene una pelota a la cabeza, a 35 metros del arco. El ve en esa pelota un milagro, el milagro de hacer un gol de cabeza desde ahí. Si otro viera lo mismo que él, constataría que los milagros son concebibles, pero que no ocurren en la realidad. Él, en cambio, tiene fe y cabecea. Su fe realiza el milagro. Palermo cree y por eso crea. De la misma forma Abraham o Ibrahim, crea a Jehová o Alá.

Palermo es un pedazo de alma hecha gol. Eso lo hizo diferente y por eso poco importa que se dijera de él como jugador. Contra un alma hecha de gol no se puede. Nadie pudo.

Palermo me ayudó a creer en mí mismo más allá de ser un tronco en la vida y así fue que hice unos cuantos goles. No lo alcancé a Sanfilipo, pero tampoco se me cerró tanto el arco.



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