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martes, 23 de agosto de 2011

No es posible entenderse


Casi no marqué pasajes de El mármol, pese a lo mucho que me gustó.

Los pasajes que te extasían y te obligan a marcar la hoja, subrayarlos e incluso hacer comentarios al margen, hasta con signos de admiración, y varios, se parecen a los hits de música. Hemingway diría que son trucos que el que conoce descubre y desprecia (aunque, viejo Vizcacha, él mismo cargó algunos relatos, especialmente El viejo y el mar, de frases para posters). Yo no adscribiría a la fórmula fácil “si tiene muchas frases para guardar no es buen texto y viceversa”, Simplemente diría que la ausencia de frases para guardar no le quita calidad a una historia.

De El mármol le hice una crítica a Sebastián, un poco agradeciéndole que me lo prestó (si no fuera por el agradecimiento, quizás se lo hubiera comentado en otra situación; mis reflexiones intentaban avanzar en medio de un recital de ska). Le dije que era un cuento largo dedicado a la imposibilidad de que dos personas puedan ponerse de acuerdo. El revés de aquella paradoja que planteaba García Márquez en Cien años de soledad: alguien no entendía cómo dos personas jugaban a un juego (el ajedrez) que tenía las mismas reglas para los dos. Borges aportó a este tema, pero no recuerdo en este momento qué dijo. Aira sospecha que cada persona tiene una lógica personal y que con ponerse un poquito estricto, ya esa lógica no puede dialogar con otra. Llamo lógica básicamente a una teoría general sobre por qué suceden las cosas. Para desarrollar esta sospecha Aira primero, inventa un protagonista de El mármol que viaja sin límites hacia dentro de sí[1]. Segundo, lo pone a hablar con chinos. O sea, lleva la sospecha al plano de los contrastes extremos. Así las cosas, es imposible no ser elocuente, didáctico e indiscutible. Luego Aira despliega hechos que le dan la razón: los acontecimientos son absurdos y obligan al protagonista a explicárselos a sí mismo. Pero son absurdos porque nacen del intento de entenderse con un chino. El chino farfullea algo que intenta ser castellano y el protagonista entiende que dice “estatua que late”. Como no avanza en el entendimiento lingüístico, acaba asumiendo que el chino efectivamente dijo “estatua que late” y se pregunta si hay que encontrar una estatua que late, si hay que hacer que una estatua lata, cómo, etc. Asumió que hay una estatua que late o que una estatua puede latir[2]… Un disparate se instaló en la realidad —y, claro, vendrán otros. Este es el esquema del sueño y, como vemos, también el del lenguaje. Que quienes intenten dialogar sean un chino y un señor que ha ido lejos dentro de su lógica personal, no hace más que mostrarnos lo que sucede, a otra escala, todo el tiempo entre las personas.



[1] “Aquí debo hacer una confesión, que me avergüenza un poco pero sin la cual no se entendería mi reacción. El dinero es importante para mí. Se ha vuelto casi un leitmotiv en mi mente, de la que debería haber desaparecido, a mi edad. Sucede que por motivos de salud tuve que pedir una jubilación anticipada y dejar de trabajar. La imprevisión, la situación calamitosa de las Cajas de Retiro, y por qué no admitirlo, una capacidad profesional escasa que no me permitió avanzar lo suficiente, hicieron que mi haber jubilatorio sea una verdadera miseria. No soy el único en el país en esa condición, ni siquiera el que peor está. Pero ya se sabe que “mal de muchos…”. Además, no estoy en edad de reducirme a esos mínimos de vida de los viejecitos resignados; no llego, aunque me acerco, a los sesenta años, que cuando un hombre, en nuestra época, está en su segunda plenitud y puede gozar de mucho de lo que le ofrece el mundo… Pero aun sin pesar en viajes o lujos… Con lo mío no alcanza para vivir con las comodidades básicas. Es mi esposa la que mantiene la casa. Ella manejó mejor su carrera, es una psicóloga prestigiosa, gana bien… Lo paga con horarios extenuantes de trabajo, responsabilidades abrumadores y un desgaste general que ella no me echa en cara pero que para mí representa una sorda tortura permanentemente.”
Poco después:
“Encender el televisor… Abandonar el mundo, la riqueza y avriedad de la vida en ese mundo en el que yo ya no tenía nada que hacer, para encerrarme en la fascinación idiotizada de las imágenes en mis ensueños vulgares de dinero… Era algo tan repetido, tan sin salida, que su mero protocolo bastaba para hacérmelo sentir como una condena.”

[2] “Como se puede ver, no necesité hacerle muchas preguntas, prácticamente ninguna. Las cosas se aclaran por su propia lógica.”
(…)
“Debía de haber una explicación para ese sonido, y si yo me hubiera puesto a pensar en ese momento la habría encontrado, porque tengo una confianza absoluta en encontrar explicaciones (…)”



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