En el mundo real Víctor, quien fuera muy aventurero y conoció la vivacidad del mundo, vive en una eremita.
Allí duerme interminablemente.
Le llevan poca comida y algo de agua, que él disfruta como un animal famélico.
Evade sus oraciones, que es lo único que sabe hacer. Evade lo poco que debe hacer, poner su mente en blanco.
Se siente culpable por no cumplir con la obligación que ha adquirido con esta vida, pero no tiene voluntad.
Sin embargo, algo sucede cada tanto, como una gota que cae luego de pender un tiempo suspendido, sin medida, y Víctor logra instalarse en el vacío, sostenida, completamente.
Y entonces se abre dentro de él una revelación.
Una sola, exánime, revelación cada tanto. Días, semanas perdidas.
Y aún así, esa revelación justifica sobradamente su vida. Una sola de esas revelaciones hace que toda su vida valga la pena.
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