Pareciera ser que el advenimiento de su madurez estuvo marcado por el momento en que empezó a jugar el juego de las cajas chinas: abría una y encontraba dentro otra cerrada, o varias, y a medida que las iba abriendo aparecían más y más, en una multiplicación infernal (abominable, porque instala el infinito, sintió Borges), salvo que en una de las cajas podía probadamemente aparecer un tesoro. Entonces el infierno se volvería Cielo.
Además, a su edad ya no podía volver. No le quedaba sino seguir abriendo.
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